No una sino dos festividades tienen su origen en la fábula evangélica de la matanza de los niños que ordenó Herodes. Fábula, no Historia. Al igual que los demás relatos de la Biblia, son sólo eso: literatura... Y no de la mejor, por cierto. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
Afirma el evangelista Lucas (en realidad no se sabe quién escribió los Evangelios, sino que fueron atribuidos luego -y más o menos arbitrariamente- a ciertos personajes ya inventados) que José y María se pusieron en camino hacia Belén a causa de un censo global por el que todos en el Imperio debían viajar a su pueblo de origen para empadronarse. Algo totalmente absurdo, ya que tenían que trasladarse no al lugar donde José había nacido sino adonde lo había hecho el rey David, su ancestro. Podemos imaginar el trauma de entrecruzamientos que una medida semejante causaría a la población, con la mitad de la gente viajando como loca por todas partes en busca de raíces tan lejanas como improbables de rastrear. Y encima no debían abandonar sus casas sólo los padres, que como cabezas de familia respondían al requerimiento según la costumbre, sino la familia entera con criaturas, nonatos y enseres. José Saramago en su novela "El Evangelio Según Jesucristo" narra el acontecimiento y pone de relieve la locura que tal evento hubiese representado.
Para darle cierta credibilidad histórica a su delirio, Lucas se limitó a copiar y reformar un pasaje del historiador favorito de todos, Flavio Josefo, quien efectivamente menciona un censo realizado por Cirino, gobernador de Siria, que, sin ser global, se llevó a cabo en 6 e.c. Ahora bien, el propio Evangelio de Lucas (1:5) empieza su narración del nacimiento de Jesús diciendo: "Hubo en tiempos de Herodes...". Pero en 6 e.c., Herodes ya llevaba diez años muerto. Y de hecho, aunque consideráramos que un tal Jesús nació en el año 0, el soberano ya llevaba muerto cuatro.
Nos estamos refiriendo a Herodes El Grande, político y estadista eficaz quien, entre otras mejoras, inició la reconstrucción del Templo de Jerusalén y fundó la portuaria ciudad de Cesárea. No sólo impulsó la economía y el comercio de su pueblo, sino que en tiempos de hambruna empleó su propia riqueza y la de sus palacios para comprar trigo a Egipto. De este hombre dice el evangelista Mateo que "envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo" por tratar de impedir una disparatada profecía. Ningún historiador antiguo recoge tal barbaridad y en ninguna otra parte pueden hallarse indicios de una afirmación tan fantasiosa. Sólo en el evangelio de Mateo, ni siquiera en los demás. Los judíos no apreciaban a Herodes por su procedencia idumea y su educación helénica, y además se lo acusaba de haberse deshecho de algunos miembros de su familia que conspiraron contra él (algo muy común en la Antigüedad); no obstante, ¿cómo un gobernante progresista se convierte de repente en supersticioso insensato y genocida de su propia gente? Puede que el inhumano Dios de La Biblia no tenga reparos en segar la vida de los primogénitos de Egipto en una sola noche, pero cuesta creer que semejante locura ruja en el pecho de un soberano cabal y que no brotaran a su paso las represalias hasta el mismísimo día de su muerte.
La pretendida matanza, sin embargo, no hubiese podido tener las proporciones que las posteriores fuentes cristianas arriesgaron. Unas señalan 14.000 como el número de víctimas, otras 65.000, e incluso se llegaron a estimar 144.000, cifra igual al de los justos que no se mancharon con mujeres según el Apocalipsis 14:1-5. Aunque los datos e investigaciones calculan que Belén era una población de entre 300 y 1.000 habitantes, con lo cual los bebés dentro del rango demográfico no podrían resultar más que unos veinte.
Por el contrario, donde sí se halla mucha coincidencia es en la mitología comparada. El arquetipo del tirano que intenta obstaculizar el nacimiento de un gran personaje que al crecer lo derrocará se manifiesta en infinidad de culturas y relatos, desde Sargón a Moisés y de Perseo a Krishna. El propio Cronos, padre de Zeus, máximo dios olímpico, devora a sus hijos tratando de eludir la profecía.
Aun con su afición hacia el embuste, a Lucas debió parecerle demasiado extremo el cuento de los magos de Oriente que compuso Mateo. Prefirió un simple anuncio del Ángel del Señor a los pastores. De golpe se presentan a las puertas del palacio estos personajes venidos del Este (Mateo no revela cuántos son ni sus nombres, aunque para el siglo IV ya se había fabulado que eran tres, y para el V se los llamaba Baltasar, Melchor y Gaspar, quizás como representación de África, Europa y Asia) declarando que han estado siguiendo una estrella que los ha traído hasta el recién nacido Rey de los Judíos. En lugar de sacárselos de encima como al resto de los lunáticos que lo importunan, Herodes no sólo tiene tiempo para atenderlos sino que se interesa vivamente por su caso. Las indicaciones de la estrella no deben haber sido muy precisas, puesto que los magos fueron conducidos a Jerusalén y no directamente a Belén, ubicada a unos diez kilómetros al sur. De hecho, al salir de palacio, la estrella movediza cambia de curso para guiarlos hasta ahí. El apologista Orígenes en el siglo III, no pudiendo explicarlo con argumentos astronómicos sólidos, transformó la estrella en un cometa.
Ahora bien, el rey Herodes consulta a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y ellos le indican que, según la profecía, el mesías nacería en Belén. Curiosamente, no vieron la estrella ni interpretaron augurio alguno. Y aquí viene lo más insólito. Es Herodes mismo quien dirige a los magos a Belén ocultando aviesas intenciones. En lugar de armar un pelotón y recorrer esos pocos kilómetros para sofocar de inmediato la incipiente amenaza, les ordena: "Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle". Extraña forma de comportarse para un hombre obsesionado por las profecías y la conservación del poder. Los magos no volvieron a verlo, por supuesto, ya que fueron advertidos en sueños de tomar otro camino. Más que una estrella, tenían montada en torno una auténtica agencia de turismo.
El episodio de los Reyes Magos en el pesebre también fue visto por algunos como un enmascaramiento literario de la pleitesía que debía rendir el antiguo culto de Mitra al nuevo de Cristo, puesto que el episodio de los magos que agasajan al niño estaba presente en aquella mitología, aunque otros apuntan a los μάγοι (mágoi) como seguidores de Zaratustra.
En cuanto a los regalos ofrecidos al niño, suponemos que el oro siempre es bien recibido. Más extraño resulta el incienso, aunque apropiado para un dios. Pero el tercer presente tiene una connotación macabra. La mirra es una resina perfumada que se utilizaba para embalsamar los cadáveres, y efectivamente se la menciona en los evangelios a la hora de disponer del cuerpo de Jesús. La alegoría resulta clara, son obsequios para un rey, un dios y una víctima sacrificial. El destino del niño aparece prefigurado en estas ofrendas, confirmando que se trata de una pieza de literatura y no de una crónica de eventos.
Por supuesto que todos estos ridículos entretelones, aun los más incoherentes, tenían como propósito concordar con algún pasaje del Viejo Testamento para que fueran tomados como cumplimiento de profecía. Bastaba hacerlos coincidir con un fragmento cualquiera, por descabellada o débil que resultase la conexión, para validar el prodigio recién inventado. Al redactor del evangelio de Mateo le interesaba por sobre todo convencer a los judíos de que Jesús era el mesías prometido. Este es el motivo por el cual José es advertido en sueños de huir con su familia a Egipto para escapar de la matanza: la idea proviene de un versículo de Oseas (11:1) que rezaba "Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo". Al momento de fallecer Herodes, José recibe una nueva visita angélica y regresa a Judea, pero temiendo al rey Arquelao, hijo de Herodes, se traslada a Galilea, al pueblo de Nazareth (pueblo que jamás existió en la realidad, al menos hasta siglos después). El único propósito de este despropósito es hacerlo concordar con un pasaje totalmente fuera de contexto en Isaías 7:16: "Porque antes de que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo". No menos que lo que se hace con el propio episodio de la matanza de los inocentes , sugerido por Jeremías 31:15, en donde Raquel llora por sus hijos ausentes en Ramá (Ramá, ¡no Belén!).
El 28 de diciembre la Iglesia católica conmemora la matanza de los niños menores de dos años como Día de los Santos Inocentes. La tradición de hacer bromas pesadas y propalar noticias falsas en esta fecha viene de una equívoca interpretación de la palabra "inocente" así como de algunas prácticas de las fiestas Saturnales en el Imperio Romano antes de que la Iglesia las hiciera coincidir con el supuesto nacimiento de su mesías para desvirtuar las antiguas celebraciones. Gradualmente las costumbres paganas pasaron al Día de Año Nuevo y fueron asimiladas finalmente por la fiesta cristiana que hoy se conoce universalmente como Navidad. De hecho, esta festividad no fue oficialmente reconocida hasta el año 345 cuando, por influencia de Juan Crisóstomo y Gregorio Nacianzeno, se proclamó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento del Salvador. Los cristianos aprovecharon que la mayor parte del Imperio estaba acostumbrada a festejar el nacimiento de Mitra el 25 de diciembre o el solsticio de invierno y lo impusieron como celebración de su propio dios.
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