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Amagar Con Las Botas Locas

2 de Junio de 2014 // Mundanal Ruido #14

Amagar Con Las Botas Locas

Colimba no viene de "corre limpia barre", como creen algunos. Es una deformación lunfarda de "colimi", es decir, "milico". Pero no vamos a hablar de etimologías... // publicado por: César Fuentes Rodríguez

 

Amar a la Patria bien nos exigieron,

Si ellos son la Patria, yo soy extranjero. 

Sui Generis "Botas Locas"

 

Nunca voy a olvidarme de aquella mañana. Me levanté muy temprano para escuchar por la radio las alternativas del sorteo. Las tediosas palabras oficiales dieron paso a una verdadera maratón de monotonía... "Número de orden: 000 - Número de sorteo: XXX. Número de orden: 001 - Número de sorteo: XXX. Número de orden: 002 - Número de sorteo: XXX...", y así continuaría hasta el 999. Las cifras finales de mi documento andaban por la mitad de la tabla, pasado el 400. Yo me consideraba por entonces, a pesar de mi corta edad, todo un objetor de conciencia. Había leído a Gandhi, a Thoreau, a Martin Luther King y adhería -si se quiere, con mucha ingenuidad- a los principios del pacifismo. El ámbito militar representaba para mí la degradación máxima del espíritu humano. Estábamos en plena dictadura y con el fantasma del conflicto territorial del Canal de Beagle encima. Yo ya tenía para entonces en claro que iba a estudiar una carrera; el Estado me obligaba a perder un año crucial de mi vida en los cuarteles aprendiendo estupideces que no sólo no me interesaban sino a las que, además, me oponía visceralmente. Pero quedaba una esperanza: ¡el azar! Un porcentaje de los conscriptos se salvaban por excedente, es decir, quedaban fuera del cupo. Para eso era el sorteo: hasta el 300 más o menos, casi seguro zafabas. Llegó el momento. Dijeron mi número de documento, y entonces... "Número de sorteo ...0 ...6 ...9".

Me explotó el corazón. Levanté las persianas, dejé entrar el sol, puse Led Zeppelin a todo lo que daba en el modesto tocadiscos de mi casa sin importarme que se despertaran mis viejos y salí al balcón a gritar hasta quedarme afónico, hasta que los pulmones me dolieron, hasta que la risa y las lágrimas de euforia me limpiaron por dentro. Me había salvado de algo peor que la muerte, así lo sentía. Y aún hoy no creo haberme equivocado.

De haber ido a parar a un cuartel tal vez mi destino habría sido el de los insubordinados: marcha forzada y calabozo, o ser torturado y desaparecido como tantos miles de casos que se conocen y otros que han sido ocultados con éxito por los represores. En el mejor de los escenarios, me hubiese tocado la cotidiana humillación de servir al milico y sufrir las vejaciones imbéciles de la tropa. Siempre me pregunté qué habría sido de mí sin la fortuna del número bajo, pero no estoy seguro de querer saber la respuesta.

Apenas una semana atrás me topé con la moción de dos políticos impresentables para combatir la inseguridad. Nada menos que reactivar la conscripción obligatoria para sacar a los chicos de bajos recursos de las calles, la droga y el descontrol. No aclaran estos funcionarios qué pasaría con los chicos de clase baja o media que ya tienen planes para su futuro y no necesitan ser redimidos por el santo remedio de la leva forzada pero ya han aireado un vergonzoso spot publicitario para plebiscitar su gran idea.

Hacía años que no escuchaba algo tan patético, escalofriante y absurdo como esta propuesta de crear campos de concentración para pobres. Era impensable luego del caso del conscripto Omar Carrasco y de aquel histórico 31 de agosto de 1994 en que el infame Servicio Militar Obligatorio fue suspendido (no abolido, puesto que todavía figura en la Constitución) durante el gobierno de Carlos Ménem.  Sin embargo, los fachos de turno y de siempre, enquistados en el poder, vuelven a la carga con su receta de autoritarismo y represión y apuntan a los jóvenes, su eterno blanco. La iniciativa deja traslucir no sólo la nostalgia que tienen ciertos funcionarios por los tiempos de la dictadura sino el fracaso de la clase política argentina en todos los frentes, incluido el tácito reconocimiento de su impotencia para revertir la pobreza, la marginación y el crimen. 

¿Cómo se sabe cuando una sociedad perdió la batalla? Porque habla de "inseguridad". Si no, la llamaría por su nombre: "delincuencia". 

Imagino a los reclutas que, luego de haber tenido que servir por la fuerza a una patria que nunca les dio la menor oportunidad, volverán a sus hogares precarizados, a sus condiciones extremas, a la ley de la selva, y encima conociendo gracias al Estado el correcto uso de las armas de fuego. Un plan brillante. Y junto con él la vuelta de la cantinela de los viejos vinagres sobre que la colimba educa, forma el carácter y crea buenos ciudadanos cuando sabemos positivamente que su influencia genera todo lo contrario: degrada al individuo, anula su capacidad de disenso y lo aparta del inalienable derecho a vivir su vida y tomar sus propias decisiones.

Con semejantes proyectos lo que se pone en evidencia es la falta de ideas e ideales. Pero además, justo en tiempos en que la noción de la necesidad de desmantelar los ejércitos nacionales (por costosos, por inefectivos, por retrógrados, por peligrosos, por contrarios a la naturaleza democrática de la modernidad, y por cientos de razones más) empieza a circular en los foros del mundo. El esquema de naciones y nacionalismos se desintegra a pasos agigantados, y el militarismo ya se percibe como sinónimo de atraso e involución. Persiste gracias al adoctrinamiento que nos impusieron y la equívoca noción de que sin ejército el país queda indefenso ante ataques externos. Sin embargo, el ejército argentino no sirvió durante el siglo XX para defender nada y mucho menos hoy cuando ya se halla reducido y casi desarmado. Muy por el contrario, fue empleado como herramienta principal del terrorismo de Estado y de todos los golpes contra el pueblo y la democracia. A nivel mundial, la posibilidad de cualquier invasión territorial en el presente es remota e inconveniente para el posible invasor, pero los potenciales daños que la milicia puede provocar a los ciudadanos de cualquier nación todavía resulta una amenaza real.

Es necesario recordarles a estos caudillos acomodados que proponen la reinstalación del Servicio Militar tanto como a los civiles que recomiendan las bondades de la disciplina castrense, que pueden enlistarse cuando gusten o incluso reengancharse si ya lo cumplieron. La posibilidad sigue abierta. Es más, que manden a sus hijos a los cuarteles primero que nadie. Si tan bien la pasaron en las barracas y tanto les sirvió la instrucción, como dicen, que se tiren de cabeza a limpiar borceguíes con la lengua mientras los suboficiales se les cagan de risa y les ordenan qué hacer, cómo comportarse y lo que deben pensar. Quizás así podríamos escucharlos sin asomo de burla, o con menos indignación, aunque reteniendo la piedad del caso. Porque siempre se pide la condena para el otro, el rigor para el otro, las obligaciones para el otro, olvidando que el otro también es uno y que los conflictos sociales no se solucionan con impulsos ciegos y medidas discriminatorias sino con lucidez y paciencia.

Es parte del proceso pendular de la sociedad. Hoy muchos, preocupados por la inseguridad ya añoran y hasta reclaman mano dura. Luego vendrá la mano dura, les aplastará la cabeza y rogarán a gritos la liberación, y ni se acordarán de que antes pedían que les suprimieran los derechos más elementales buscando una quimera de orden y tranquilidad.

Gracias a esta payasada fascista del spot publicitario recordé que en algún momento había rondado el FOSMO (Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio), y que todavía queda una lucha pendiente: la derogación de la Ley 17.531 a través del Congreso. Que la desaparición del infame SMO sea definitiva, que no vuelva NUNCA MÁS. Hay un sitio para adherirse y firmar: http://derogaciondelsmo.blogspot.com.ar/2012/06/fosmo-frente-opositor-al-servicio.html  Yo acabo de hacerlo. No podía quedar mal con aquel adolescente lleno de sueños que salió a gritar su euforia al balcón el día que se libró de la pesadilla. Era cuestión de conciencia.

Porque te engañarán con cuentos sobre Dios, la Patria, el partido, la política, las instituciones y la mar en coche. Todas son mentiras.

Pero la conciencia, la que nunca miente, esa va con vos hasta el final.

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