LO LLAMÉ ASÍ PORQUE... // publicado por: César Fuentes Rodríguez
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Fray Luis de León "Oda A La Vida Retirada"
Hace muchos años, cuando escribía aquellos editoriales para la revista Madhouse que tanto me ponderaban algunos y a mí me sacaban canas verdes por tener que hacerlos de apurada antes del cierre de cada edición, un conocido me quiso transmitir su impresión acerca de lo que escribía. Era muy rara aquella primera página que no siempre funcionaba como introducción al número en sí sino que abarcaba temas sociales, históricos, educativos, artísticos y no pocas veces políticos, iba encabezada rigurosamente por una cita literaria y normalmente se me desbordaba de caracteres que obligaban al diagramador a reducir la letra a un cuerpo minúsculo de esos que propician el remanido chiste de que tarde o temprano habría que incluir una lupa con la tirada. Esta persona me contó que mientras leía esos párrafos me imaginaba como un monje en su scriptorium, apartado del fragoroso acontecer de la vida cotidiana pero atento a aquel mundanal ruido que debía colarse por una ventana como un murmullo constante aunque lejano, molesto pero necesario. Y utilizó exactamente esas dos palabras, "mundanal ruido", consciente de que yo apreciaría la cita del gran poeta conquense del Siglo de Oro Español.
Con el tiempo, y escribiendo para la revista Requiem, convertí Mundanal Ruido en el título de los nuevos editoriales a causa de aquella curiosa observación. Y eso a pesar de no estar de acuerdo con ella. Resulta que toda la intención de aquellos pequeños artículos era meterse en el mundo y no huir de él, tocar los temas de la época (si no del día) y plantarle cara a una hipocresía social que en los noventas se nos hacía intolerable. Tan común y trillado era el pensamiento de Fray Luis y de los que alaban la vida sencilla en contacto con la naturaleza, el desprecio por la complejidad de las ciudades y el rechazo de los artificios propios de la civilización avanzada que ya en aquel siglo XVI constituía un tópico literario que se remontaba al poeta latino Horacio y hasta tenía un nombre, 'beatus ille' (feliz aquél), por un famoso poema suyo que empezaba "Feliz aquél que alejado de los negocios como la antigua raza de los mortales trabaja el campo paterno con sus bueyes". Esa visión bucólica de la vida al aire libre como remanso de paz mental no podía resultar, sin embargo, más afectada; tanto que el pudor del propio Horacio la satiriza al final del poema. Hasta los más ingenuos están al tanto de que la vida campesina es sacrificada y vulnerable como pocas (a menos que la viva el hijo de un terrateniente), y en cuanto a la "antigua raza de los mortales" hoy sabemos que el hombre primitivo no medró en una edad dorada y sin preocupaciones sino que subsistió a duras penas luchando contra un entorno hostil que reducía sus expectativas de longevidad a un promedio de treinta años y lo forzaba a una existencia azarosa, precaria y cruel.
Pero aquella tradición idílica que venía de Horacio y pasaba por Fray Luis continuó firmemente hasta nuestros días. Los mitos del buen salvaje incontaminado por la civilización, del retorno a la pureza de los orígenes y de la sabiduría ejemplar que se desarrolla en el aislamiento del retiro son quimeras, como todas las idealizaciones. Nunca fueron los ascetas que se apartaron del mundo los que arribaron a las grandes nociones, sino aquellos individuos inmersos en la experiencia colectiva de la sociedad que se animaron a trascender sus prejuicios y limitaciones. Aquel Simeón El Estilita que pasó 37 años sobre una columna no desarrolló ninguna idea, ningún rasgo de inteligencia o de comprensión; su sacrificio no le sirvió ni a sí mismo ni a los demás.
Somos una raza tecnológica con destino cosmopolita, los métodos los aprendemos unos de otros para enfrentarnos a la realidad y, cuanto más enterados estamos de lo que pasa a nuestro alrededor, mejores chances tenemos de intervenir, superar errores y crear oportunidades. Se dice que hoy nos encontramos sobreexpuestos a la cultura de masas, al exceso de información, comunicación y entretenimiento, al consumismo desbocado y al colapso de vaya a saber uno qué antiguos "valores". Supongamos que es así... ¿y qué? Todos nuestros problemas, sean cuales fueren, no se solucionarán volviendo atrás. No cabe irse a vivir a la montaña o a cultivar una granja en el culo del mundo si el propósito es cambiar algo. La única ocasión de transformar la sociedad en que se vive es junto a ella, en el corazón de las ciudades, los pueblos y las aldeas, donde late el núcleo del progreso duramente conseguido a través de las generaciones.
Donde ruge el mundanal ruido como un Leviatán enfurecido.