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24 De Julio, Día Del Verdadero Amigo

18 de Julio de 2013 // Mundanal Ruido #5

24 De Julio, Día Del Verdadero Amigo

La columna de opinión de César Fuentes Rodríguez // publicado por: César Fuentes Rodríguez

Desde hace unos años, no importa cuántos, a esta sociedad que se incendia despreocupadamente entre la banalidad y el desastre le ha dado por festejar el Día Del Amigo un 20 de Julio. No es que esté mal, más allá del oportunismo comercial de los shoppings y las tabernas, porque cualquier ocasión para recordar a los amigos debe ser bienvenida. La amistad es un mecanismo que requiere mantenimiento, uno de esos senderos del campo que hay que transitar de tanto en tanto para que el pasto no lo invada y a la larga lo borre. Entonces, una llamada o un mensaje de texto pueden servir para mantener despejado el acceso a los recuerdos y los vínculos cuando la alienación ciudadana no garantiza un café o un reencuentro como la gente.

El caso es que, como se trata de una festividad reciente, el Día del Amigo no se celebra en todas partes ni mucho menos el mismo día. Cuando toca averiguar, nos enteramos de que la fecha coincide con la llegada del hombre a la Luna, y además constituye el motivo. Quienes sostienen que el bolígrafo o el alambre de púas representan las grandes contribuciones de la Argentina a la Humanidad, seguramente se sentirán orgullosos de saber que el responsable de esta sonora imbecilidad también fue un compatriota. Al parecer, un ingeniero de apellido Febbraro tuvo una revelación mientras presenciaba el alunizaje de 1969 en su televisor. O bien le pareció que los ojos del mundo estaban pendientes del acontecimiento y eso creaba una especie de comunidad entre los habitantes del planeta, o bien se imaginó que la colocación del módulo en otro cuerpo celeste equivalía a un gesto de amistad del hombre con el universo. Sea como fuere, las razones no hacen más que confirmar cuán fértil puede resultar la estupidez humana.

Poco le importó que el alunizaje fuese producto de una despiadada carrera espacial entre potencias en el marco de la Guerra Fría o que el comandante Armstrong plantara una bandera excluyentemente estadounidense en suelo selenita. El ingeniero corrió a pregonar su invaluable idea. Visitó organismos gubernamentales, municipales, políticos y religiosos, contactó a personas notables, persuadió a los allegados, importunó a diestra y siniestra. Finalmente, se dice, envió mil cartas a cien países, y pronto le contestaron muchos que, como él, no valoraban mucho su tiempo ni tenían causas mejores de qué ocuparse. Y así se estableció el día. Algunos lo han propuesto para Premio Nobel de la Paz.

En todo caso, es de suponerse que el ingeniero y sus acólitos no deben ni sospechar lo que la amistad significa. Porque los amigos son aquellos con quienes compartimos experiencias, aventuras, gustos, a veces desilusiones. Sin esos avatares, no hay amistad posible. La camaradería que surge entre dos que nada se piden y nada se deben más que la eventual compañía, tiene algo de inexcusablemente personal que no puede ser sustituido. Todo intento de hacer pasar una abstracta concordia universal en su lugar, apesta a fallutería. No representa un cumplido, sino un insulto al buen nombre de la amistad. En las Naciones Unidas no hay amigos, del mismo modo que no se requieren alianzas temporales o pactos estratégicos para tomar una cerveza.

Pero repito que no estoy en contra de que haya un Día del Amigo, lo que me molesta es el motivo. La falta de imaginación del ingeniero Febbraro pudo haberse suplido con alguna referencia histórica, o mejor aún, literaria. Sobran grandes ejemplos de verdaderos compinches en las Bellas Letras: Don Quijote y Sancho Panza, Bouvard y Pécuchet, Frodo y Sam… Acaso sirva aquel relato de Alexandre Dumas padre en que cuatro camaradas de dispares temperamentos acometen juntos románticas aventuras y dan constantes pruebas de abnegación y mutua lealtad. “Los Tres Mosqueteros” ha sido considerada desde su aparición en 1844 la novela clásica sobre la amistad, ¿por qué no aprovecharla? Surgiría un inconveniente para establecer la fecha, claro, puesto que se publicó en varias entregas según la usanza de los folletines de la época, pero se podría tomar el nacimiento de su autor como data oficial: 24 de Julio.

Sí, lo tengo decidido, el 24 de Julio es para mí a partir de ahora el Día del Amigo. D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis oficiarán de santos patronos.

Eso sí, no voy a dedicar gran esfuerzo a difundirlo. Lo colgaré en mi página, les mandaré a mis contactos este escrito por mail para que se sonrían un rato, y probablemente el año que viene me olvidaré de todo el asunto. No quiero que mis amigos me confundan con un tilingo de esos que inicia cadenas postales y quiere a toda costa hacer pasar un capricho idiota por una genialidad.

Y no quiero, justamente, porque ellos serían los únicos capaces de perdonármelo.

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