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Secas De Un Porro Imaginario

1 de Abril de 2014 // Mundanal Ruido #13

Secas De Un Porro Imaginario

No hay droga más peligrosa que la mentira sostenida a punta de pistola y con amenaza de cárcel. // publicado por: César Fuentes Rodríguez

                                                          El bueno es el que guarda, cual venta del camino, 

                                                         para el sediento el agua, para el borracho el vino

                                                                    Antonio Machado "Proverbios y Cantares"

 

Recuerdo que hace ya muchos años Chiche Gelblung entrevistó en la televisión al filósofo y escritor español Antonio Escohotado, autor de una monumental "Historia General De Las Drogas". Por aquellos tiempos, España vivía los últimos destellos del así llamado Destape, que desde Argentina se creyó que aludía a la exhibición de chicas desnudas en las portadas de las revistas cuando en realidad se trató de una era en que la sociedad se concentró en repensar sus valores luego de 40 años de dictadura franquista.

El programa resultó una bufonada, como no podía ser de otro modo. Gelblung encarnaba los prejuicios de una audiencia embrutecida por sus propios años de represión y en definitiva consiguió lo que se proponía: el rating que da el escándalo. Para vergüenza y escarnio de la libre expresión, un juez federal (de apellido Oyarbide, ¿les suena?) dictó sentencia contra Escohotado por presunta apología del consumo de drogas y una brigada policial se presentó en los estudios del canal con la intención de detener al filósofo, que ya para entonces estaba de vuelta en Madrid e incluso tuvo la oportunidad de un derecho a réplica vía satélite donde le contestó a Chiche algo así como: "Yo le dije que a mí un ácido cada tanto me sienta bien, pero que a usted sin duda le sentaría fatal".

Durante un par de semanas de 1996 fue el tema ineludible de conversación. Luego, rápidamente, se olvidó. Y desde entonces el debate sobre las drogas en la Argentina, si tuvo su desarrollo, se produjo de manera lenta o casi imperceptible. La gente continúa recibiendo las mismas noticias sobre muertos por sobredosis, cargamentos desbaratados por la policía, flamantes estupefacientes cada vez más letales y adictivos que cunden en las discotecas, y a menudo le llegan bajo titulares sensacionalistas como "el flagelo de la droga". Pero al menos la digestión de tales informes ya no es del todo acrítica. Todas las prohibiciones globales han fracasado miserablemente, y esto ya no es un secreto para nadie. Hasta la ONU se expidió al respecto. Los tiempos están cambiando, diría Bob Dylan. Mientras el vecino Uruguay dio el paso gigantesco hacia la despenalización de la marihuana y se puso a la cabeza de las naciones progresistas del mundo, Argentina se hunde más y más en una ciénaga donde prolifera el narcotráfico en connivencia con la corrupción política y los perejiles todavía pueden ir a la cárcel por fumarse un porro o tener una plantita en el patio de su casa. Es hora de despertar.

¿Por qué el tema de las drogas resulta de máxima importancia? Porque pensar las drogas implica definir el rol del Estado en la vida de los individuos.

El viejo dilema entre libertad y seguridad asoma su fea cabeza cuando consideramos el tipo de sociedad en la que queremos vivir. Hay quienes afirman que el Estado sólo debería intervenir como armonizador de los conflictos surgidos entre los ciudadanos, mientras que otros pretenden que garantice la felicidad de todos imponiendo reglas rígidas que los ampare de peligros reales o potenciales aun a costa de su gusto o sus intereses particulares. Pero hay caminos intermedios. Sin ir más lejos, las democracias modernas practican todo el tiempo combinaciones de pautas entre ambos extremos. Exceptuada la cuestión de las drogas, sobre la que el Estado aplica la segunda de las opciones de forma indiscriminada y sistemática.

En efecto, la posición totalitaria considera al ciudadano apenas como un niño mayor de edad, juguete de las tentaciones y marioneta de la publicidad, que debe ser protegido y orientado en la dirección correcta. Así, se le excluye de la noción de responsabilidad y de control de sus propios actos. Porque es claro que la libertad trae consecuencias buenas y malas, y quien asume la responsabilidad de sus actos puede un día lamentarse de cómo terminaron saliendo las cosas. Sin embargo, la libertad y la responsabilidad son lo que nos hace no sólo ciudadanos, sino hombres hechos y derechos. No niños mayores de edad.

Jamás hay que olvidar que el Estado no tiene derecho sobre la vida privada de los ciudadanos. Mientras que la conducta de estos no afecte probadamente la salud y la vida de los demás, no puede ni debe inmiscuirse en las decisiones, gustos o inclinaciones del individuo. A lo sumo, la función del Estado es informar, educar o asistir, pero nunca de manera invasiva sino como garantía sanitaria. Si el andinista quiere subir al Aconcagua, el Estado no es quién para impedírselo; está dentro de sus atribuciones advertirle sobre lo peligroso de la expedición y, si algo sale mal, su deber consiste en organizar rápidamente el rescate. Pero prohibir no puede ser la respuesta única e inmediata ante cualquier circunstancia que surja en la sociedad. Prohibir siempre resulta el camino más fácil para el Estado, monopolizador de toda violencia legal, pero no soluciona el problema. A lo sumo, puede aconsejar... siempre que lo haga desde una plataforma imparcial y científica que no se halle contaminada por ningún dogmatismo moral o interés económico. Todo lo contrario de lo que ocurre hoy en el mundo.

En su afán intervencionista, los Estados no son siquiera coherentes. La prohibición de las drogas está más relacionada con prejuicios y tradiciones que con los efectos reales que ellas generan. De lo contrario, no se explica cómo un veneno letal y adictivo como la nicotina o una sustancia imprevisible como el alcohol, que provoca dependencia física y exacerba el comportamiento, están permitidos en el mercado, mientras que penalizan con sospechosa unanimidad a la marihuana, de amplio espectro sedante y medicinal y probablemente inocua. La respuesta está en la Historia.

A principios del siglo XX, el cultivo del cáñamo (o cannabis, la planta de donde se extrae la marihuana y que tiene múltiples usos que incluyen la fabricación de tela, cuerdas y papel) amenazaba la industria del algodón y el papel prensa. Estos poderosos sectores económicos, muy ligados a Washington, movieron los hilos para crear la imagen negativa de la marihuana en la opinión pública y forzaron leyes restrictivas respecto de su uso. Para satanizarla la relacionaron con dos minorías: la de los inmigrantes mejicanos y la de los campesinos negros. Se asoció su consumo a la perpetración de robos, violaciones y asesinatos, se dijo que el propósito era introducirla en los colegios para debilitar a la juventud norteamericana y se la consideró ligada a un supuesto atraso racial. Las mentiras, ampliamente difundidas por los periódicos del magnate Randolph Hearst e implementadas por funcionarios sin escrúpulos como Harry J. Anslinger, jefe del Departamento de Control de Narcóticos, prosperaron hasta niveles insospechados y repercutieron en todo el mundo. En 1937, el congreso de EE.UU. ilegalizó el cannabis a través de la Marijuana Tax Act. Más de setenta años después y cientos de miles de millones de dólares tirados a la basura en perseguir y reprimir a cultivadores, traficantes y usuarios, hoy se habla nuevamente con audacia de las propiedades benéficas de la planta, de la malograda industria del cáñamo y del ejercicio del libre consumo. Bienvenido sea. Tarde, pero bienvenido.

Es claro que no todos los estupefacientes son similares a la marihuana, pero a la hora de la censura y el castigo, la marihuana es la clave. Cada vez que a las fuerzas policiales se les asigna un presupuesto para combatir drogas ilegales, la inmensa mayoría de ese presupuesto tiene como objetivo el control de la marihuana y sólo un modesto porcentaje apunta a otras sustancias. De estas, las hay naturales y químicas, nocivas o benignas, y sus efectos son tan distintos como mal comprendidos. Los Estados se han ocupado de negar esta información en lugar de compartirla y ampliarla. Demonizaron las drogas en general cuando debían advertir conscientemente sobre los diversos peligros y posibilidades que encierra cada una de ellas, obstaculizaron la investigación científica y la producción de informes accesibles a la población mundial, convirtieron el asunto en un tabú: "de eso no se habla, de eso no hay que oír, de eso no oses saber". Nunca pensaron que son los niños mayores de edad los que tienen que educar responsablemente a los menores. Y nunca se educa desde el miedo y menos aún desde la ignorancia.

El punto es que la política antidrogas ha creado al narcotráfico. Nunca fue al revés. Para que el narcotráfico exista, hace falta una prohibición y la clandestinidad como condición indispensable. En el caso del alcohol, fue la Ley Seca la que engendró a los gangsters e hizo surgir a Al Capone mientras todo el sistema degeneraba y las cárceles estadounidenses reventaban de nuevos presos. No cabe duda de que el narcotráfico representa uno de los factores modernos más importantes de corrupción política. El crimen organizado mueve fortunas inauditas y las autoridades sobornadas, extorsionadas o compradas son sus principales cómplices, por eso es que impulsan las prohibiciones y continúan ocultando la realidad a los ciudadanos. La famosa "guerra contra las drogas" no apunta a hacer desaparecer el narcotráfico sino a mantener al común de la gente paralizada de terror mientras realiza operaciones cosméticas en las que persigue consumidores y vendedores callejeros y de vez en cuando hace caer a algún pez mediano aquí o allá que le sirva de publicidad al sistema sin tocar a los altos mandos, las elites empresariales, los bancos que lavan dinero y esconden las ganancias, los policías, jueces y políticos que están en el juego o prefieren mirar para otro lado porque el compromiso quema en las manos. Dicho de otra manera, se podan las ramas para que el árbol crezca más fuerte.

¿Cuál es el riesgo de despenalizar? Nadie se atreve a enunciarlo. Temen, vomitan espuma, se rasgan las vestiduras y amenazan con cataclismos y apocalipsis, pero no producen siquiera buenas respuestas. ¿Y cuáles serían las ventajas? De esto sí se habla con claridad. La primera de ellas sería el desmantelamiento automático y natural del narcotráfico, que ya no tendría sentido en un mercado abierto. La segunda sería la fiscalización de las sustancias, que estarían sometidas a un control farmacéutico de calidad, y la regulación de las dosis, con su consiguiente descenso de precio y restricción de consumo para menores, como ocurre hoy con el alcohol y el tabaco. La tercera consiste en el aprovechamiento de los recursos económicos que aportan los contribuyentes -y que hoy se malgastan en una política de represión suicida- para combatir a los verdaderos criminales: los que violan los derechos de sus semejantes (asesinos, estafadores, violadores, ladrones). La cuarta daría comienzo al auge de una nueva industria y los consiguientes beneficios económicos en materia de empleo, generación de negocios y recaudación de impuestos. Si hubiese que mencionar una quinta, vale la de la supresión de efectos colaterales: se acabaría buena parte de las excusas del Estado para socavar las libertades civiles a través de intervenciones telefónicas, allanamientos, registro de expedientes, censura y abuso policial mientras que el tratamiento abierto y calificado de las adicciones ayudaría a disminuir los efectos negativos del consumo y su estigma social. Y pueden sumarse otros etcéteras, entre los cuales no sobran el estudio metódico y transparente de las sustancias hoy vedadas con fines terapéuticos, industriales y -por qué no- algunos que todavía ni sospechamos.

Las drogas han estado con el hombre desde sus remotos orígenes. Sus funciones han conocido todas las alternativas humanas. Desde lo medicinal a lo recreativo y desde lo estimulante a lo analgésico, incluyendo la embriaguez erótica o siniestra y pasando por el éxtasis religioso, la iluminación del intelecto, el entrenamiento criminal o la introspección artística. No pueden ser ignoradas, tapadas o desterradas sin provocar un vacío incalificable. Como escribía el autor del Lazarillo de Tormes, "los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello", y si hablamos de drogas no a todo el mundo le pegan igual. A unos les servirán mientras que a otros les sentarán fatal, al decir de Escohotado. El trámite de la vida está compuesto por muchas variables y su complejidad no debe ser limitada por leguleyos o inquisidores. En materia de elecciones privadas, lo que es perjudicial para uno puede resultar providencial para el otro, y son muchas las experiencias que conforman una existencia rica, plena y gratificante. El Estado no es quién para seleccionarlas por mí. Al ojo sin párpado del dominio público no le incumbe la oscuridad que reina en el interior de cada individuo, por más tortuosa que resulte, a menos que repte hacia afuera sin control. Perder esa batalla es dejar ir una tajada crucial de nuestra humanidad.

Sincerarnos es avanzar.

 

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