Hay que enterarse: la Navidad tiene indudable procedencia pagana. En realidad, pocos ritos de la celebración más ñoña de la modernidad posee un origen propiamente cristiano: ni el arbolito, ni el muérdago, ni el intercambio de regalos... ni siquiera el nacimiento de un supuesto salvador. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
A decir verdad, las historias de la muerte y resurrección de Tammuz, Adonis, Mitra, Virbio, Atis y Osiris (todos cultos populares en el tejido cotidiano del decadente Imperio Romano) se asemejan demasiado a las de Cristo, y el parecido no es coincidencia.
Es curioso que la preocupación por el nacimiento de Jesús no haya sido temprana, tratándose de un personaje pretendidamente histórico. Pero los evangelios nada dicen de la fecha en el calendario, y quizás por eso la Iglesia no lo celebraba al principio. El año se estableció sólo mucho más tarde, nada menos que en 525 e.c., en base a los cálculos del monje Dionisio El Exiguo (llamado así por su corta estatura). Este fraile nacido en lo que hoy sería Rumania, computó un año de nacimiento a partir del dato de la muerte de Herodes I el Grande en el Nuevo Testamento. No obstante, el petiso se equivocó en 4 o 5 años. Dedujo que Jesús nació el año 753 contando desde la fundación de Roma cuando en realidad debió conjeturar el 748 a.e.c. Pero en lo que se refiere al día y el mes, los primeros cristianos estaban a oscuras. Si la fábula del pesebre fuera cierta, habría que pensar en la primavera o el verano, ya que si no los establos se hubiesen encontrado llenos de ganado guareciéndose del frío. En cambio, la fecha llegó a coincidir con el solsticio de invierno. Y tampoco es casualidad.
La noche más larga del año, a partir de la cual los días comienzan a alargarse otra vez, era símbolo del renacimiento del Sol, que volvía a regalar a los mortales su luz y calor durante más tiempo y con mayor intensidad. Los paganos celtas y romanos veían en esta circunstancia una renovación del mundo y la celebraban con fiestas llenas de algarabía, informalidad y movimiento, no muy diferentes de nuestros carnavales. Los trabajos en el campo habían terminado con la siembra invernal y toda la familia campesina gozaba de un merecido descanso, incluidos los esclavos. No sólo se prodigaban banquetes e intercambios de regalos, sino que también se cantaba y saltaba sobre las hogueras, se hacían bromas, y los patrones cambiaban de lugar con los siervos. La Virgen Celeste o Diosa Celestial, como se conocía a la semítica Ishtar o Astarté, paría por entonces un hijo, y los sacerdotes sacaban del templo la imagen de un niño recién nacido que representaba al Sol redivivo para que sus devotos la adoraran. Mitra también nace el día 25 de Diciembre y su festividad se denomina “El natalicio del Sol Invicto”. El mitraísmo fue una religión rival del cristianismo en sus primeros tiempos, y sus semejanzas míticas resultan insoslayables (el nacimiento fue testificado por pastores y magos que le trajeron regalos, realizó varios milagros como la resurrección de una persona muerta, curación de enfermos, devolver la vista a una mujer ciega y hacer caminar a un inválido despojándolo de los diablos que moraban en su cuerpo; y antes de volver al cielo, Mitra celebró una última cena con sus doce discípulos que representaban los doce signos del Zodíaco). Para colmo, su liturgia observaba siete sacramentos en buena medida coincidentes con prácticas cristianas y una importante sede de su culto se hallaba en Tarso, nada menos que la ciudad natal de San Pablo, desde mucho antes del supuesto advenimiento de Jesús. Por otra parte, la muerte y resurrección de Atis, la divinidad frigia, se celebraba en Roma el 25 de Marzo coincidiendo con el equinoccio de primavera, día propicio para el despertar de un dios de la vegetación que había permanecido durmiendo durante el oscuro invierno. Estas festividades agrícolas eran muy populares, y atraían lo mismo a gentiles que a cristianos, de modo que lo que hizo la Iglesia fue sustituir el solsticio de invierno por la Navidad y el equinoccio de primavera por la Semana Santa, apropiándose así de las fechas y las celebraciones. San Agustín da cuenta de este origen pagano de la Navidad cuando exhorta a sus pares cristianos a no recordar el nacimiento del Sol sino “al que hizo el Sol”, y también el papa León I, Doctor de la Iglesia y apodado El Grande, condenó la creencia simple pero evidente de los hijos de la tierra en el retorno del Astro Rey. No olvidemos que "pagano" viene del latín pagus, que significa "tierra", "terruño", "lugar donde se vive"; el pagano era el campesino, el hombre del pueblo, por oposición al "miles Christi", el "soldado cristiano" que literalmente "militaba" su religión.
Sin duda que las festividades paganas eran mucho más humanas y recreaban los ciclos elementales de la Naturaleza con pluralidad y desenfado. La secuencia de solsticios y equinoccios, de siega y siembra, de iniciación y revelación, abundancia y carestía, trabajo y recogimiento, abstinencia y fecundación, tenían el valor de lo inmediato y el misterio de lo insondable que se halla en la vida misma, con sus alegrías y sus sorpresas, sus lutos y sus sinsabores, y la virtual representación de la experiencia que ligaba al hombre a su universo en tanto criatura terrena. Pero fueron sustituidas por las ceremonias artificiosas y los ritos fatuos de Cristo en los que el creyente se inclina a la obsesión de sus propias fantasías espirituales. El culto a la Naturaleza se volvió de golpe antropocéntrico. A la informalidad y la locura que libera los sentidos, los cristianos impusieron solemnidad y etiqueta; desterraron a las musas, ninfas, héroes y centauros que poblaban los bosques y trajeron santos grises y torturados, con túnicas hasta los pies y los ojos alucinados por un más allá invisible; reemplazaron los cánticos al aire libre y la contemplación del cielo estrellado por el rosario de oraciones maquinales pronunciadas con los ojos cerrados y la cabeza gacha. A la inmensidad celestial de los cambios y las estaciones, prefirieron la figura de un cadáver agonizando en un madero, una representación que no era alejada de la del dios frigio Atis y conllevaba el mismo sentido de dolor y sacrificio. Por algo clamaba el poeta inglés Algernon Swinburne en su "Himno a Proserpina": "¡Venciste, pálido Galileo!... El mundo se ha vuelto gris con tu aliento".
Al menos, la Cristiandad siempre podrá reivindicar como tradiciones creadas después de su aparición a Papá Noel, el turrón y el pan dulce.
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