Algunos líderes norteamericanos o europeos gustan de afirmar que Occidente no tiene problemas con el Islam, tan sólo con los fundamentalistas islámicos. Pero mil cuatrocientos años de Historia demuestran lo contrario. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
El Islam es la única civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente, y lo ha hecho al menos dos veces
Samuel P. Huntington "El Choque De Civilizaciones"
¿No os dais cuenta de que los Osama bin Laden se creen autorizados a mataros a vosotros y a vuestros hijos, porque bebéis vino o cerveza, porque no lleváis barba larga o chador, porque vais al teatro y al cine, porque escucháis música y cantáis canciones, porque bailáis en las discotecas o en vuestras casas, porque veis la televisión, porque vestís minifalda o pantalones cortos, porque estáis desnudos o casi en el mar o en las piscinas y porque hacéis el amor cuando os parece, donde os parece y con quien os parece? ¿No os importa nada de esto, estúpidos?
Oriana Fallaci "La Rabia Y El Orgullo"
El problema con los liberales y humanistas occidentales es que son amables, patológica y mortalmente amables. Creen que todo el mundo piensa como ellos, que todo el mundo —incluidos los fundamentalistas islámicos— desea las mismas cosas, tiene los mismos objetivos en la vida. Para los humanistas, los terroristas no son más que ángeles desilusionados, frustrados por el Gran Anarquista que es Estados Unidos. Los humanistas son tan amables que incluso invitan a terroristas a hablar en sus ciclos de conferencias.
Ibn Warraq "Por Qué No Soy Musulmán"
Las liberales son sociedades que vale la pena defender, ya que encarnan un tipo de vida civilizada en el que las creencias rivales pueden coexistir pacíficamente. Pero cuando se convierten en regímenes misioneros, ese logro corre el riesgo de dejar de ser tal. Las sociedades liberales realmente existentes se corrompen cuando van a la guerra para promover sus valores
John Gray "Misa Negra"
La cadena de atentados de París de este noviembre de 2015 no pueden sino lamentarse como una profecía anunciada. Si la masacre de Charlie Hebdo debió servir para alertar a toda la sociedad occidental -y en especial a sus líderes- de que se enfrenta a un enemigo sanguinario, fanático y sofisticado, estos ataques coordinados no pueden dejar dudas. Aquí la intención no fue castigar a un grupo de historietistas por insultar la imagen del Profeta. Claramente se trató de matar, con saña fría, de manera indistinta, organizada y a gran escala, como para crear el impacto y la parálisis que el terror propone. Los blancos elegidos fueron de recreación, fútbol, conciertos, bares... un golpe al estilo de vida occidental cuyo principal corolario es la libertad del individuo de vivir como guste aprovechando todas las opciones que le brinda la vida moderna. Y nada menos que en Francia otra vez, la cuna de los valores occidentales de la Ilustración: libertad, igualdad, fraternidad. Pero además, el bastión del laicismo, de la indiferencia hacia las religiones y de la protección de los derechos de todas ellas a realizar su culto en paz. ¿Azar? ¡De ninguna manera!
Increíblemente, muchos siguen ciegos al hecho de que estamos inmersos en una guerra religiosa que ha sido declarada por los terroristas innumerables veces y sigue recrudeciendo sin que los occidentales quieran hacerse cargo. Pero la ignorancia y el mirar para otro lado se pagan muy caro. Durante un corto período de 70 años Occidente estuvo entretenido en combatir sistemas totalitarios de izquierda y de derecha nacidos en su seno, pero mientras se enfrentaba al nazismo, el comunismo y sus variantes, perdió de vista a su enemigo histórico, el Islam, que durante ese período protagonizó una recuperación extraordinaria y hoy constituye una amenaza... ¿cómo diríamos?... El oficio de redactar casi me fuerza a escribir "sin precedentes", pero la verdad es que hay precedentes de sobra.
El odio mutuo como Historia
La Cristiandad y el Islam colisionaron desde el momento mismo del surgimiento de este último en el siglo VII. La espectacular propagación inicial de la religión de Mahoma a través de la sangre y el fuego fue considerada por los propios musulmanes como prueba irrefutable de su legitimidad divina y alcanzó tanto a Occidente como a Oriente, extendiendo su dominio desde su origen en Arabia hacia el norte de África y la Península Ibérica por un lado y por el otro hacia Persia y la India.
En el continente europeo los mahometanos fueron detenidos por Carlos Martel en la célebre batalla de Poitiers del año 732 impidiendo que avanzaran sobre la actual Francia. Durante unos dos siglos, los territorios ocupados por el Islam y la Cristiandad se mantuvieron relativamente estables. Pero a finales del siglo XI, los cristianos reafirmaron su control del Mediterráneo occidental y pusieron en marcha las Cruzadas, que más allá de su fanatismo religioso pueden ser interpretadas como una respuesta a cuatro siglos de vejaciones y carnicerías en suelo europeo lo mismo que una contraofensiva tendiente a bloquear el expansionismo islámico para desviarlo hacia Oriente. Los cruzados cristianos intentaron establecer su dominio en Tierra Santa y alrededores pero su impulso inicial perdió fuerza y ya en 1291 cedieron su último bastión, la ciudad de Acre en el actual Israel. Desde Asturias, casi al mismo tiempo que la batalla de Poitiers comenzó la reconquista de la Península Ibérica, pero tal empresa llevaría nada menos que ocho siglos y no fue hasta 1492 que los Reyes Católicos tomaron Granada y expulsaron finalmente a los ocupantes musulmanes.
Mientras tanto, aparecieron en escena otros campeones de Alá, los turcos otomanos. Avanzaron sobre Bizancio y después sobre gran parte de los Balcanes y el norte de África, tomaron Constantinopla en 1453 y asediaron Viena en 1529, todo ello con una ferocidad increíble. Tanto así que la palabra "jenízaro" todavía hoy se usa como sinónimo de fanático asesino, puesto que los jenízaros eran nada menos que las tropas de elite del Imperio, compuestas mayormente por niños secuestrados a las familias de Europa y alienados como sicarios inhumanos. La llamada Santa Liga, encabezada por España, da su primera estocada mortal en el Mediterráneo en la famosa batalla de Lepanto (donde a Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, le queda tullido el brazo izquierdo) pero no sería hasta 1686 que se lograría echar a los turcos otomanos de Hungría liberando parcialmente el continente. Se iniciaba así una larga retirada que aprovecharían también los pueblos del cristianismo ortodoxo de los Balcanes mientras los rusos, por su parte, ponían fin a dos siglos de dominio tártaro que culminarían con un imparable avance hasta el Mar Negro y el Cáucaso.
Musulmanes y cristianos han resultado contrincantes despiadados y no le han ahorrado atrocidades al mundo dentro y fuera de sus respectivas esferas de influencia. Ambas religiones son monoteístas pero, a diferencia del judaísmo, alientan en sus adeptos un violento proselitismo que incita a convertir a los no creyentes a la fe verdadera. En nombre de un Dios que creen único y excluyente han intentado asimilar o destruir desde un principio a herejes, judíos y paganos. Unos evangelizan con cruzadas y misiones, los otros a través de la dawa (llamamiento) y el yihad (guerra santa), que en el fondo son casi lo mismo.
Pero mientras que Occidente sufrió una transformación decisiva desde su encarnación cristiana hacia una modernidad laica y democrática, el Islam permanece estancado en su matriz teocrática medieval ya por más de un milenio. Y los motivos pueden rastrearse en la propia naturaleza de cada credo. El Islam posee una impronta totalitaria que apresa política, religión y sociedad en un mismo puño y pretende sujetar cada aspecto de la vida del individuo a la ley del Profeta (la palabra Islam significa "sumisión' y musulmán es 'aquel que se somete'), en tanto que el cristianismo, por absorbente que resulte, deja una puerta abierta a la independencia de las cuestiones mundanas con su concepción plátonica de la separación de cuerpo y espíritu: aquello de "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y el divorcio del reino celeste del terrenal. El Corán y los hadices, por el contrario, no se limitan a describir batallas y fechorías como hace la Biblia sino que prescriben la violencia para los seguidores de Mahoma ordenándoles literalmente matar y saquear a los infieles (no creyentes o creyentes de otras religiones) a menos que se entreguen (esto quiere decir, convertirse al Islam o pagar el deshonroso tributo económico llamado dhimma).
El progreso cultural y tecnológico empujó a los europeos en todas direcciones a partir del Renacimiento, y las innovaciones en materia de navegación les permitió eludir los grandes centros musulmanes y surcar los siete mares. El imperialismo desplegado por las naciones europeas generó grandes cambios en la fisonomía de Oriente en general, teniendo sobre todo en cuenta que este se hallaba entonces en una situación de estancamiento intelectual y político de siglos. Baste recordar la controvertida tesis de Karl Marx sobre la dominación británica en la India, que según el filósofo estaba llamada a destruir una forma de sociedad estática y hereditaria para crear otra más moderna, libre y productiva. Las transformaciones, en especial las de tipo cultural, no fueron tomadas en todas partes de la misma manera, y Medio Oriente siempre representó un enclave conflictivo y marcado por las virulentas rencillas internas.
Al término de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, Francia e Italia habían extendido su dominio directo o indirecto hacia los restantes países otomanos, exceptuando la República Turca. En 1920, cuando el retroceso del colonialismo occidental comenzó a manifestarse lentamente, sólo cuatro países mahometanos (Turquía, Arabia Saudí, Irán y Afganistán) se mantenían ajenos al influjo europeo. Tras la Segunda Guerra Mundial el proceso se aceleró de forma espectacular y el hundimiento de la Unión Soviética propició la independencia de más sociedades musulmanas. De hecho, la expresión "guerra fría" que se utilizó durante la posguerra para denominar las relaciones entre Estados Unidos y el bloque soviético la había empleado por primera vez el príncipe español Don Juan Manuel en el siglo XIV para describir la situación que se daba entre la Cristiandad y el Islam. Tal parece que en el proceso de lucha de apenas 70 años contra el comunismo soviético los líderes occidentales olvidaron quién era su enemigo más antiguo y enconado.
Pero el Islam no lo olvidó, y por eso distingue perfectamente entre los territorios pertenecientes al Dar-al-Islam ('la casa del Islam) y al Dar al-Harb ('la casa de la guerra'), denominaciones con las que divide el mundo desde su época clásica. El radicalismo musulmán tiene claro lo mucho que odia a Occidente no sólo porque Occidente impuso su superioridad de varios siglos a través de la violencia militar organizada y porque acarrea una herencia judeocristiana detrás de sí sino porque su impronta moderna es laica, políticamente no confesional, y todo aquello que no esté ligado a una religión (aun una religión con la que parcialmente tiene afinidad el Islam, como el cristianismo) es para el fanático religioso inmoral, corrupto y detestable. A esa crítica se suman las de materialismo individualista, permisividad sexual y la constante fuente de tentación que representa para el musulmán una sociedad más avanzada, libre y progresista, reprobaciones que por supuesto están igualmente imbuidas de pacatería devota. El resentimiento del mundo islámico hacia Occidente, por otra parte, arrastra otras causas viejas y nuevas. La más obvia resulta ser la propia influencia ejercida por los europeos sobre los territorios que otrora formaron parte del Islam y que hoy reclaman los exaltados clérigos en sus incendiarias alocuciones como si les hubiesen pertenecido desde siempre, incluyendo una porción de España aún más allá de Andalucía (al-Andalus). Y es verdad que el imperialismo europeo no sólo delimitó a su antojo las fronteras de los países de Medio Oriente, muchas veces sin respetar cuestiones de lengua, etnia o afinidad (uno de los casos más notorios es el de Transjordania -luego Jordania-, cuya línea divisoria con Arabia Saudita fue trazada "a mano" por Winston Churchill), sino que además intentó imponer a los mahometanos el concepto de nación a la manera occidental. Sólo que la idea de un Estado soberano resulta para los fundamentalistas incompatible con la fe de Alá y la preponderancia de la ummah (comunidad de fieles). O, dicho de otro modo, ninguna ley humana puede ser puesta por encima de la shariah (ley islámica) para un musulmán en regla con sus preceptos sagrados, ni siquiera la ley del Estado, que es la base de toda nación. Esto no quita que hoy exista una república como Turquía, concebida laica desde su Constitución por su fundador Atatürk en 1923, pero hay que recordar que esta condición secular del Estado turco lo ha mantenido apartado de la representatividad islámica. En cambio, y para que se note claramente el contraste entre lo secular y lo religioso, la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam proclamada en El Cairo en 1990 por parte de los estados miembros de la Organización de la Conferencia Islámica contradice expresamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 al rechazar la libertad de culto, discriminar a la mujer y supeditar la totalidad de la propia Declaración a los preceptos medievales de la shariah. Esto es lo mismo que decir que los Derechos Humanos islámicos no son derechos humanos en absoluto.
Desde luego, la instauración del Estado de Israel en Medio Oriente en 1948 y la fulminante derrota de la coalición árabe en la llamada Guerra de los Seis Días de 1967 que le permitió a los israelíes anexar más tierras, por no hablar de los innumerables conflictos subsiguientes que contaron con el respaldo de Estados Unidos y buena parte de Occidente, contribuyeron al sentimiento de humillación del mundo islámico frente a sus proverbiales enemigos judíos y sus aliados.
El clima político y los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial condujeron hacia el denominado Resurgimiento Islámico en el que las sociedades mahometanas buscan "solución" a sus problemas no ya en las ideologías occidentales sino en el propio Islam: "al Islam huwa al hal" (literalmente, "el Islam es la solución", eslogan de los Hermanos Musulmanes). Este vasto movimiento cultural, político, intelectual y social que compone el Resurgimiento engloba a los reformistas moderados lo mismo que a los fundamentalistas más rabiosos, y su explosión se hizo visible en 1979 con la revolución iraní y el ascenso al poder del régimen integrista chiíta (rama minoritaria del Islam en comparación con la mayoría sunnita) del ayatollah Jomeini. El puritanismo desplegado por el nuevo gobierno islamista puede apreciarse en las fotos del antes y el después: de un estilo de vida libre y mundano a la manera occidental al riguroso velo para las mujeres y el drástico recorte de derechos civiles. Ni hablar de la expansión del terrorismo islámico que tuvo lugar a partir de entonces y sólo obtuvo la atención debida en Occidente con el atentado al World Trade Center de 2001.
Las causas principales del fundamentalismo islámico no son económicas ni políticas sino culturales y religiosas. La famosa frase del ayatollah Jomeini debería ser de por sí bastante ilustrativa: "No hemos hecho una revolución para bajar el precio de los melones". No se trata de la pobreza, ni del descontento social, ni siquiera de la intervención de potencias o los factores de poder, aunque estos motivos jueguen un papel visible e importante. Grupos terroristas como Boko Haram en Nigeria o Al-Shabab en Somalía no se explican bajo esas coordenadas. Y el punto es que muchos de los atentados cometidos por musulmanes en las dos últimas décadas no guardan relación con reivindicaciones políticas o económicas. En cambio, el cariz religioso es una constante que se manifiesta en todos y cada uno de ellos. Nadie se inmola con un cinturón de explosivos por otra razón que la fe.
Un prontuario de terror
El extremismo procede de larga tradición en el mundo islámico, desde los nizaríes de la rama chiíta o hashshashin ('consumidores de haschís', de donde viene la palabra 'asesino') que proliferaron entre los siglos X y XII hasta la interpretación literal y rigorista de la guerra santa del radical Ibn Taymiyya en el siglo XIV que tanto influiría en la revolución wahhabbí de Arabia Saudita del siglo XVIII. Pasada la segunda década del siglo XX, otros extremistas fundarían la cofradía de Los Hermanos Musulmanes en Egipto y las Yamaat-i-Islami en Pakistán, y en ellos se basaría el padrino ideológico de los modernos terroristas musulmanes, Sayyid Qutb, para quien un musulmán que no estuviera dispuesto a imponer estrictamente la shariah no debía ser considerado verdadero musulmán sino kafir (infiel o apóstata) y castigado con la muerte. Qubt fue ejecutado en 1966 pero muchos de sus seguidores huyeron a Arabia Saudita donde la prédica fanática prosperó confundiéndose con el puritanismo religioso instaurado en el reino. Desde hace décadas, Arabia Saudita invierte millones de petrodólares en difundir la ideología islamista y en financiar grupos armados ante la pasividad de Occidente, que prefiere hacer la vista gorda para no afectar sus negocios ni la afluencia de recursos. Es más, la islamización de Europa fue planificada desde los años 70 a través de maniobras que comprometían a los gobiernos europeos a aceptar inmigrantes musulmanes, adquisiciones masivas de inmuebles y empresas, y el traslado de cuantiosos fondos para construir mezquitas y escuelas coránicas.
Pese a la negación en que se obstinan los líderes occidentales, el yihadismo actual es un movimiento puritano y violento con raíces en la historia y la cultura mahometana de siglos anteriores. Es decir, una revuelta islámica de pura cepa. Luego de Jomeini, Bin Laden, los talibanes, Al Qaeda y las decenas de grupos yihadistas que proliferan en todo el espectro del Islam parecía increíble que en Occidente se siguiese alimentando la ingenuidad de creer que las cosas volverían a su cauce. Y entonces apareció ISIS, que por primera vez en casi cien años declara un califato, que en definitiva es un gobierno teocrático, o sea, donde la religión manda.
La desastrosa política exterior llevada a cabo por la administración de George W. Bush y sus aliados europeos levantó ampollas de las cuales aún no afloró todo el pus de la infección. Cuando en 1990 el Iraq de Saddam Hussein intentó anexar el Estado de Kuwait tanto para beneficiarse con el precio del petróleo como por intereses expansionistas, una coalición de 34 países aprobada por la ONU y liderada por Estados Unidos (bajo la presidencia de George Bush padre) liberó Kuwait pero dejó increíblemente la puerta abierta para que Saddam Hussein retomara el poder en Iraq. Hoy en día es moneda corriente escuchar el comentario de que, más allá de que se trataba de un tirano genocida de su propio pueblo, la presencia de Saddam mantenía una especie de equilibrio de fuerzas en el corazón de Medio Oriente. A los desaciertos políticos y estratégicos del aparato económico-militar se sumó el fundamentalismo cristiano de Bush junior y los republicanos estadounidenses para crear el clima antioccidental más enrarecido que se recuerde en la región y en el Islam como comunidad global. Luego de décadas de financiar grupos terroristas y contraterroristas jugando a las damas con la Unión Soviética, un presidente yanqui que invoca a Jesús públicamente y lanza citas bíblicas en todos sus discursos hace una "guerra preventiva" con la excusa de neutralizar armas de destrucción masiva que no existen, afirma que Dios mismo le ordenó atacar, llama "cruzados" a los combatientes y el "eje del mal" a los enemigos (o como dijo su subsecretario de Defensa William Boykin sin rodeos: "Satán") y utiliza métodos de quebrantamiento y tortura en campos de detención atroces como Abu-Ghraib y Guantánamo que, amén de violar toda convención internacional, ofenden a propósito la cultura musulmana de los cautivos. Toda pretensión de legitimidad o dignidad de Estados Unidos al intervenir en zonas controladas por el Islam se acabó entonces.
Pero hubo un error de cálculo mucho más grave: la democracia no se impone, y cuando se echa a un dictador no sobreviene automáticamente la libertad. La Primavera Árabe y su apertura democrática sólo parecen haber logrado que los ánimos de los integristas se excitaran aún más.
El hoy que olvida el ayer
El peor pecado de Occidente es su ignorancia de la naturaleza del Islam, no menos que su reticencia a abordarla. La tolerancia y el multiculturalismo forjados y asimilados por la civilización americano-europea llevan erróneamente a suponer sin examinar que todas las religiones son más o menos bondadosas y pacíficas, en parte gracias al proselitismo que las religiones ejercen a través de beneficencia y a su invocación constante de una espiritualidad emanada de una deidad concebida como buena contra toda evidencia. Pero el Islam no es igual a otras religiones
Y no lo es desde su letra, desde el Corán, el libro no sólo sagrado sino increado de los musulmanes (increado quiere decir que fue concebido en el Cielo por Alá antes de la Creación), el cual ordena cómo debe vivir según la ley de Alá un musulmán, abarcando todas las instancias y actos de su vida. En el Corán se hace un llamamiento constante a luchar contra los no creyentes, a discriminarlos y matarlos. No se trata de un par de versos velados; son cientos y cientos de pasajes reclamando del musulmán una conscripción para participar en la guerra santa y el desprecio a todo aquel que no se someta. ¿Algunos ejemplos?:
"Maten a los que no creen en Alá ni en el último día, y no prohiben lo que Alá y su Apóstol han prohibido, y a todo aquel que no practique la religión de la verdad entre los que han recibido el Libro, hasta que hayan pagado el tributo con sus propias manos y estén humillados" (Corán 9:29)
"Mahoma es el apóstol de Alá, y los que están con él deben ser violentos con los descreídos, pero llenos de compasión los unos por los otros" (Corán 48:29)
"Han querido hacerlos infieles como a ellos, a fin de que sean todos iguales. No formen uniones con ellos hasta que hayan dejado su país por la causa del Señor. Si vuelven, realmente, de una manera manifiesta, a la infidelidad, préndanlos y condénenlos a muerte dondequiera que los encuentren. No busquen entre ellos protector ni amigo" (Corán 4:91)
Al libro "increado" hay que adicionarle la Sunna y los hadices (tradiciones que recogen dichos y prácticas del Profeta), tan sangrientos o más que el propio Corán. De hecho, la figura de Mahoma, que según sus seguidores no puede ser retratado ni burlado, resultaría moralmente inaceptable para cualquier infiel honrado de Occidente por sus muchas fechorías, su despotismo, su vida licenciosa, su relación opresiva hacia las mujeres (que incluye la consumación de un matrimonio con una niña de nueve años) y el modo bestial en que retribuye a quienes se le oponen. Si se describiesen sus acciones sin mencionar de quién se trata, muchos lo catalogarían, llanamente, como un terrorista.
Cuando se mencionan la barbarie y ferocidad de las escrituras islámicas, tanto los apologetas musulmanes como los simpatizantes occidentales suelen replicar que también hay intolerancia y sangre a granel en la Biblia. Y es cierto. Pero surge una diferencia insoslayable. Mientras que la mayor parte de las atrocidades comandadas por Jehovah en el Viejo Testamento se refieren a un lugar y tiempo específicos (el genocidio de los canaanitas y pueblos circundantes, por ejemplo) y son parte de una historia, la letra del Corán y sus complementos ordenan el asesinato y el pillaje como parte de una ley codificada y obligatoria para todo musulmán, y se aplican a todo tiempo y lugar. La violencia del Islam no es tan sólo descriptiva o ejemplificadora, sino prescriptiva. Tómense como modelo los versículos citados más arriba o algún otro de los tantos que pululan en el Corán, como éste:
"Cuando encuentren a los que no creen, golpeen sus nucas hasta que los hayan degollado. Y a los prisioneros, átenlos firmemente" (47:4).
Uno no puede menos que seguir la lógica de la reflexión. Si el cristianismo desde los Evangelios proclama una suerte de amor universal y hace todo lo contrario, ¿qué atrocidades no estará inclinado a cometer el mahometano, a quien se alienta y obliga todo el tiempo al odio y la brutalidad desde las mismísimas páginas de su libro sagrado? Se proclamará todas las veces que se quiera que ISIS no representa al Islam, pero un fundamentalista religioso no es más que un creyente que lee su libro sagrado y hace lo que ahí está escrito. Más en el caso de ISIS, cuyos líderes son estudiosos del Islam, muchos de ellos recibidos en universidades islámicas (el propio autoproclamado califa Abu-Bakr Al-Baghdadi tiene un doctorado en estudios islámicos otorgado por la Universidad islámica de Bagdad) y realizan constantes prácticas islámicas de oración y purificación. Por no mencionar que sus actos se acreditan con aleyas concretas del Corán o fragmentos de hadices, citados todo el tiempo en árabe (idioma coránico obligatorio) y apoyados por tradiciones teológicas islámicas reconocidas. A propósito, este es el que usaron para justificar la matanza del Viernes Negro:
"Él es Quien expulsó de sus viviendas a los de la gente de la Escritura que no creían, cuando la primera reunión. No creíais que iban a salir y ellos creían que sus fortalezas iban a protegerles contra Alá. Pero Alá les sorprendió por donde menos lo esperaban. Sembró el terror en sus corazones y demolieron sus casas con sus propias manos y con la ayuda de los creyentes. Los que tengáis ojos ¡escarmentad!" (Corán 59:2)
Nuevas viejas reglas
Para colmo, está de moda describir al Islam como una gran civilización. Se citan a menudo hitos literarios, científicos y culturales que van desde Las Mil Y Una Noches a los tempranos avances del álgebra y la cirugía, y desde la arquitectura de las mezquitas al juego del ajedrez. Pero, aun sin intención de desmerecerlos, todos estos supuestos logros provienen de hace más de mil años, cuando el Islam todavía no había consolidado sus instituciones y jurisprudencia. Hace un milenio precisamente que esta supuesta "gran civilización" vive una Edad Media de oscurantismo y estancamiento. Todo progreso de parte del Islam se ha realizado a despecho de la religión o en sinuosa contradicción con la letra del libro sagrado, igual que ocurrió con el cristianismo. Si tantos musulmanes eluden los llamados "versos de la espada" como si no estuvieran ahí, eso se debe al hecho de que hay buena gente en todos lados que sólo quiere vivir en paz, aun en desacuerdo con lo que la doctrina espiritual dicta.
Citamos nuevamente a Marx, que escribía que la religión era como opio para los pueblos, pero en el mundo islámico y a partir de la revolución iraní del ayatollah Jomeini allá por 1979, funciona como un estimulante que exacerba a los más extremistas y los conduce al odio contra Occidente y al terrorismo más salvaje. Esto resulta preocupante no sólo porque se trata de la segunda religión del mundo en cantidad de fieles (casi un 20% de la población mundial) sino también la de más alto crecimiento. A esto hay que sumarle el altísimo índice de analfabetismo que registran los países musulmanes, más de un 66%, puesto que los niños las más de las veces reciben por única educación la suministrada en las madrasas, donde se les enseña a recitar el Corán de memoria en árabe aunque no sea su lengua materna ni tengan idea de lo que están repitiendo, cual un catecismo en latín. Y ni hablar de los inéditos niveles de pobreza y exclusión contrapuestos a la fortuna de unos pocos jeques multimillonarios.
El Islam se ha abocado a la conquista de Europa desde los 70s aprovechándose de las flexibles leyes de inmigración y tolerancia del Viejo Continente y con el aval económico de los petrodólares árabes. Florecen mezquitas por todas partes de Andalucía a Chechenia y de Dinamarca a Italia, y los imames predican en ellas la imposición de la shariah o ley islámica, una doctrina represora e incompatible con la democracia, los derechos humanos, el laicismo y, desde luego, con las libertades básicas que representan el pilar de la modernidad occidental. Mientras tanto, la población islámica crece de manera desbocada gracias al ejercicio de la poligamia y el sometimiento de la mujer, reducida al papel de un vientre que procrea sin cesar. La explosión demográfica garantiza así el avance en los derechos de la comunidad musulmana en tanto que escamotea los deberes hacia la ley cívica de cada país. La estrategia es victimizarse para conseguir privilegios, y la blanda Europa se ha entregado a este chantaje sin pensarlo demasiado. Para acallar a los críticos del Islam se inventó el término "islamofobia", tempranamente usado contra luchadores de los derechos humanos como la feminista Kate Millet o libertarios laicos como el escritor anglo-indio Salman Rushdie (víctima del edicto religioso de búsqueda y asesinato que el ayatollah Jomeini puso sobre su cabeza en 1989 por su novela "Los Versos Satánicos"). Este engendro semántico pretende encuadrar dentro de una suerte de xenofobia o racismo inexistentes a todo aquel que ose denunciar las atrocidades de la religión de Mahoma. Desde luego, nadie afirma que "todos los musulmanes son terroristas"; ningún crítico serio del Islam que se conozca ha dicho eso jamás. El Islam es un conjunto de ideas, y las ideas no son las personas. La crítica de las ideas representa la base de la libertad del mismo modo que la protección de las personas constituye el principio de la tolerancia.
Existen maneras de combatir al terrorismo de cualquier clase. Los especialistas hablan de estrategias combinadas. Pero hay una que ha sido probada muchas veces, incluso en casos difíciles como el de ETA en España o el IRA en Irlanda: desconectar a los terroristas de sus bases populares. Las especulaciones y sondeos, por más aproximados que sean, arrojan resultados escalofriantes. De los mil millones de musulmanes que viven en el mundo, se estima que entre un 10 y 15% simpatiza con los extremistas. Eso quiere decir que al menos entre 100 y 150 millones estarían dispuestos, por lo menos, a unirse eventualmente al yihad o a apoyarlo de forma activa. El número de los moderados que no apoya pero concuerda con la ideología por ser consecuente con el Corán se eleva dramáticamente y acaso no pueda ser medido sin error. No hace falta decir que en Europa el problema es acuciante. Las comunidades musulmanas son fogoneadas desde adentro por los eclesiásticos en las mezquitas y por los agitadores y captadores de voluntarios en todas partes, sobre todo en Internet. Desprestigiar sus actos y su discurso a los ojos de la propia comunidad islámica resulta indispensable, lo mismo que encarcelar o deportar a los activistas del yihadismo. Las oleadas de refugiados que han entrado en Europa en los últimos tiempos han contado con la permisividad humanitaria de los liberales y progresistas que fomentan en sí mismos una culpa patética contra Occidente y no quisieron escuchar las advertencias del peligro. Algunos incluso se oponían a que se los censara e identificara formalmente. Si alguna oportunidad tiene Europa contra este rival desnaturalizado que no admite reglas, es mantenerse fiel a las suyas. Desarticular el odio a través de una acción enérgica pero apegada a la ley y confiar en sus valores laicos y democráticos más que nunca. Eso de puertas adentro. Sobre política exterior, tal parece que hay que replantear todo para que el caos no se desborde. Y sería óptimo hacerlo sin hipocresías. De una y otra parte.
Que el Viernes 13 francés sirva para que los que aún no lo han hecho tomen conciencia de que se está librando la contienda que abre un capítulo distinto, crucial y a la vez consecuente en la Historia de las Civilizaciones del que casi nadie podrá escapar.
Como siempre, nada de lo que alguna vez ha sido permanecerá del mismo modo.
BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA EN CASTELLANO
ALBERT HOURANI "La Historia De Los Árabes"
JOHN L. ESPÓSITO "Guerras Profanas. Terror En Nombre Del Islam"
JOHN GRAY "Misa Negra. La Religión Apocalíptica Y La Muerte De La Utopía"
ARNOLD J. TOYNBEE "Estudio De La Historia"
SAMUEL P. HUNTINGTON "El Choque De Civilizaciones. Y La Reconfiguración Del Orden Mundial"
ORIANA FALLACI "La Fuerza De La Razón"
PASCAL BRUCKNER "La Tiranía De La Penitencia. Ensayo Sobre El Masoquismo Occidental"
CHRISTOPHER CATERWOOD "Guerras En Nombre De Dios"
KAREN ARMSTRONG "Los Orígenes Del Fundamentalismo"
MAXIMILIANO SBARBI OSUNA "Nueva Guerra Por Los Recursos"
CHRISTOPHER HITCHENS "Hitch-22" (autobiografía)
IBN WARRAQ "Por Qué No Soy Musulmán"
JUAN JOSÉ SEBRELI "El Asedio A La Modernidad"
FERNANDO SAVATER "Política Para Amador"
PATRICK COCKBURN "ISIS. El Retorno De La Yihad"