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Pappo En El Adiós

5 de Marzo de 2005 // El Día Que La Guitarra Calló

Pappo En El Adiós

Un 25 de febrero de 2005 nos quedábamos sin Pappo. He aquí el editorial que me publicó entonces la revista Requiem, todavía con el calor de la noticia quemando de incredulidad y el recuerdo vivo de uno de los íconos máximos de esta historia que mucho antes de desaparecer ya se había convertido en leyenda. // publicado por: César Fuentes Rodríguez

No vale la pena luchar contra el mito.

Hace un tiempo, en la ciudad de Barcelona, nos topamos en la calle tres colegas rioplatenses. Fue pura casualidad. Creo que uno de nosotros llevaba una camiseta de Hermética. Habíamos empezado a charlar, sorprendidos por la coincidencia, y de pronto pasa alguien a nuestro lado, un perfecto desconocido, y nos grita “¡Aguante Pappo!”.

Loco, ¿no? ¿Quién iba a pensar un santo y seña tan típico lejos de su contexto original? ¿Quién, que no fuese argentino y rockero, iba a entenderla? Ciertas cosas no admiten explicaciones fáciles.

Durante años, lustros y décadas, no podía transcurrir espectáculo en la Argentina donde se exhibiera una guitarra eléctrica sin que en algún momento una voz trapera, ronca y extemporánea desgarrase el ambiente con un “¡Aguante Pappo!”, desencadenando automáticamente el eco aclamatorio o la carcajada cómplice, según el caso.

Llegó a transformarse en una consigna, pero quizás no siempre representó lo mismo. Unos leían el compromiso con el rock más visceral y degradado frente a las tendencias pusilánimes que ganaban la escena y los medios de comunicación temporada tras temporada; otros adscribían a la leyenda del muchacho humilde, socarrón y fierrero, que supo hacerse un lugar sin pedir favores, armado con el mero argumento de su herramienta; abundaban los que intuían una revancha simbólica por aquella silbatina histórica que impuso al susodicho un autoexilio reparador en los setentas; acaso no haya que descartar tampoco el fervor localista de poseer un héroe propio y patriarcal que nadie más que los del palo serían capaces de descifrar.

Y más allá del grito y la consigna, estaba Norberto Napolitano.

Seguro que nadie se divertía con el mito tanto como él. Tuvo épocas de blues, de metal y de jet-set, pero siempre fue Pappo, El Carpo, el hincha de San Lorenzo que, ya grande, vivía aún con su madre y tenía su taller para el berretín de los motores. Entonces, será obligatorio mencionar que le hizo tan pocas concesiones al éxito como a las presiones de su público. Cuando la gente se muere, hay una tendencia a verla como intocable, a disimular sus defectos y potenciar sus virtudes. En cualquier momento alguien dirá que cantaba como los dioses (es más, acabo de leer un obituario en el que, sin que nadie lo trajera a cuento, el escriba de turno habla de su voz “cavernaria aunque no desafinada”). La cuestión no pasa por las competencias, mucho menos por las rivalidades. ¿Era Pappo el mejor guitarrista o el mayor compositor del rock argentino? Algunos así lo creen, otros no. ¿Fue original, revolucionario, inventó algo? Difícilmente, pero no faltará quien se escandalice o sostenga lo contrario. Nada de esto importa, al fin y al cabo. Por mi parte, sólo puedo afirmar que, a diferencia de muchos, El Carpo se las arregló para mantenerse único. Un ejemplar raro de una especie desconocida en un medio inapropiado. Con todo, le hizo honor a su mito.

Porque, en un primer momento, cuando te dijeron que Pappo había muerto, ¿qué se te vino a la cabeza? ¿Te lo figurabas en la cama de un geriátrico agonizando entre una maraña de cables y tubos, o derribado por la apoplejía en mitad de una acera?... Hay vidas que arrastran una suerte de destino poético y deparan un final consumativo. Así fue la de Norberto Napolitano, cuyos últimos instantes quedarán ligados en nuestro imaginario al viento madrugador que le peinó la melena a lomos de su Harley y a aquel punto azaroso y fatídico del asfalto en el renglón inabarcable de una ruta argentina.

Lo demás ya es historia. Y mito. No vale la pena luchar contra él. Ni combatir esa lágrima rebelde que hace rato viene haciendo méritos por descolgarse de una vez.

A coro con los muchos colegas, amigos, admiradores, público y prensa que lamentan su desaparición, vaya nuestro homenaje, maestro. Tenga la plena seguridad de que fue usted irrepetible.

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