Adiós, querido Flaco. Quedás en manos de la Azafata del Tren Fantasma. Tenga ella, por una vez, la delicadeza de ubicarte en Primera Clase, como sólo vos te mereciste. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
Perdimos a uno de los más grandes, un inspirador, un poeta, un músico que hizo de la integridad su culto. Flaco, desde que te conocí, con aquel primer disco de Invisible hasta hoy, sólo puedo evocar buenos recuerdos ligados a vos. Salvo el de este momento, el amargo, pacífico e inapelable final de un gran tipo. Es bueno saber que te fuiste rodeado de tu familia, tus amigos y el amor de la gente a la que tocaste con tu música y tu actitud a través de los años. Adiós, querido Flaco, me despido del hombre y no de su música, ya que ésta vivirá en nuestro "para siempre", que no es eterno, pero por eso mismo es más valioso, más real, más entero que cualquier estúpida quimera del "más allá". Quedás en manos de la Azafata del Tren Fantasma. Tenga ella, por una vez, la delicadeza de ubicarte en Primera Clase, como sólo vos te mereciste.
Sacudido aún por la noticia, me resistí a escribir hasta el último instante. A veces uno presiente que con la despedida de alguien se va también una parte de su vida. Y desde el segundo fatídico en que me enteré a través de la radio, yo supe que iba a ser así.
Es extraño que te mueva tantas cosas alguien que no conociste personalmente, más allá de la presencia en los recitales, pero tiene todo el sentido cuando evocás la mística de una época y cómo te involucraste con ella. Yo era muy chico todavía, el mundo parecía mucho más joven y el país muy diferente. Mi vida estaba anclada al día a día del secundario, mis viejos y la televisión. Acababa de descubrir el rock, y el cambio me había abierto otro universo, pero estaba muy verde, ni siquiera había logrado juntar para entonces todos los discos de Zeppelin, Sabbath o Purple. Ya había enfermado, sí, a mi familia con esa nueva pasión, y seguramente me miraban con la piedad que los adultos dispensan a los efímeros intereses de los niños. Fue así como mi abuela ('la conciencia que regula el mundo') vino un día y me dijo que quería regalarme un disco. Mi abuela apenas lograba pronunciar la palabra 'rock'; le resultaba tan foránea a su origen gallego, que se refería a ella como "ese roic o roico que a tí te gusta", pero era conmigo tan maravillosa que rara vez consigo recordarla sin lagrimear. No te miento si te digo que cada placa que sumaba en aquellos tiempos, era un triunfo. Fuimos a una disquería de las grandes, creo que por Congreso, y mi abuela se adelantó diciéndole al vendedor que buscábamos algo de "música moderna". El muchacho desplegó entonces una módica resma de vinilos con canciones melódicas latinas, señalando que ésas eran las novedades. Cundía aún el error entre los adultos de que toda música actual era "moderna", pero los pibes sabíamos distinguir a la perfección entre lo meramente "comercial" y lo que de veras era revolucionario, progresivo o, en definitiva, "rockero", aquello que estaba pasando. El caso es que, ante aquel despliegue de banalidad sobre el mostrador, tuve lo que acaso fue mi primer impulso rebelde de adolescente: "No, esto no, ¡yo quiero el disco de Invisible!".
Al muchacho que atendía se le desmadraron los ojos. Apartó casi de un manotón los otros discos y le dijo a mi abuela "¡Ah, este pibe sabe!". Yo había encontrado sin querer un aliado ocasional y él un cliente con quien desarrollar complicidad entre tanto cholulo que venía buscando los últimos éxitos que sonaban en la radio. Me sentí un poco orgulloso de alguna extraña manera, como si hubiese descubierto un código que me permitía comunicarme con los de mi misma clase. El vendedor trajo el disco y seguramente mi abuela cada vez entendía menos. En lugar de aquellas tapas brillantes, coloridas y con fotos de gente que era todo sonrisas y poses, yo miraba fascinado una sobria cubierta en blanco y negro con un enigmático dibujo de charcos y cielos reflejados.
Aquel disco fue mi primer contacto con el rock nacional. Y aún hoy en día reconozco que, por más que lo busqué, nunca tropecé con nada similar, ni acá ni afuera. Había magia en aquel vinilo, irregular también por su presentación, que incluía una especie de bolsillo en el sobre interno en donde se alojaba un simple con dos canciones más. Todo en él resultaba inquietante. La música era oscura, exuberante, irreal. Las palabras parecían imposibles, casi sin sentido cuando se las leía, pero en cuanto se mezclaban con aquellas misteriosas cadencias, sublevaban la mente y desencadenaban sensaciones. Quizás en aquel momento entendí a qué se le llamaba poesía. Y, de paso, encontré la puerta a todo lo cantado en castellano.
El día en que murió Spinetta, aquel mar de sensaciones se me vino encima como una única ola negra y voluminosa. Unido al circo que genera el luto, me encontré con que el Flaco había traspasado modas y generaciones con una levedad semejante a la de su propia voz, fina y sutil, y no había sector desde donde hacerle el más mínimo reproche. Fue pionero en casi todo, desde el rock pesado a la música progresiva, desde la balada folk hasta el jazz fusión, y lo hizo siempre con personalidad insobornable. Si estás escuchando al Flaco, estás escuchando al Flaco. No puede haber confusión. Y no tiene nada que ver que te guste o no te guste lo que hace. Hubo gente que reconoció desconocer casi por completo su música pero respetarlo con ganas. Hay buenos motivos para ello. Cuando se habla de Luis Alberto Spinetta, no se habla de un ícono, de un rockero o de un famoso. Se habla de un artista. Y un artista -te lo diría el propio Flaco- es aquel comprometido con su arte, no al mero nivel de un profesional o un exponente. Alguien que en el arte tiene su ser.
Por eso mismo es que el Flaco es de todos. Los metaleros, siempre orgullosos de nuestra historia, sabemos que el legado de Pescado Rabioso e Invisible (armado nada menos que con la base rítmica de Pappo's Blues) nos toca y nos pertenece. Y cada cual dentro de esta historia se hace cargo de la parte de él que le llegó. Pero lo más importante acaso sea que Luis Alberto Spinetta encarnó lo mejor de nosotros. De nosotros los argentinos, de nosotros los rockeros, de nosotros los adolescentes, de nosotros los rebeldes, los amantes del arte, los buenos tipos, los que no se comen el verso de la fama y el éxito, los que piensan, escriben, trabajan, luchan o sueñan, los que quieren cambiar el mundo. Luis Alberto Spinetta representó aquello que está en contacto directo con nuestro ser, a un nivel donde la mezquindad se pierde de vista.
En esta hora final, acaso se sorprende uno de que se halle tanta sonrisa mezclada con la tristeza. ¿Será eso la melancolía? No habrá flores ni vientos que hagan gritar ya al Flaco. Pero cada vez que lo escuchemos cantar, de ahora en más, sabremos que le estará hablando directamente a esa parte tan especial de nosotros que no queremos perder ni aunque la hayamos perdido.
Nada más que el adiós, querido Flaco. Hasta siempre, porque vivís en nosotros.
Y si tu ser estalla, será un corazón el que sangre...