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El Protomártir

1 de Octubre de 2009 // GIORDANO BRUNO

El Protomártir

Entre los hombres que vislumbraron un nuevo amanecer cuando el intelecto se sacudiría las cadenas de la doctrina cristiana, ninguno tan valiente como el terco filósofo de Nola. // publicado por: César Fuentes Rodríguez

Entre los hombres que vislumbraron un nuevo amanecer cuando el intelecto se sacudiría las cadenas de la doctrina cristiana, ninguno tan valiente como el terco filósofo de Nola. Dicen que hicieron polvo sus restos a martillazos y esparcieron las cenizas al viento para que nadie pudiese conservar reliquias de la ejecución. Pero la leyenda pudo más; su nombre hoy es himno y bandera. Y los libres del mundo responden.

 

Lo sacaron de la prisión al alba encadenado, vistiendo una túnica blanca con demonios pintados toscamente sobre ella. Intentaron esa noche convencerlo por última vez de lo que la Inquisición no había podido durante todos esos años: que retornase a la verdadera fe. Caminó en procesión por las calles flanqueadas de curiosos y respondió a las burlas con palabras de sus libros o sentencias de los antiguos. Había que callarlo, y por eso se detuvieron y le sujetaron la lengua con dos largas agujas; una le atravesaba las mejillas horizontalmente, la otra le abrochaba los labios de arriba abajo. Eso es una cruz: el símbolo de la castración, la negación de la libertad y de la vida. Llegaron ante el madero, lo ataron, apilaron los leños hasta el mentón y pusieron la antorcha a sus pies... Quizá algunos pagaban para que el verdugo les rompiera el cuello a escondidas un momento antes y no tener que sufrir aquella agonía horripilante, pero no él. Cuando las llamas comenzaron a subir, un monje trató de arrimarle un crucifijo a la boca para que lo besara. Pero Giordano Bruno, el hereje impenitente, el fugitivo idealista, el reo que prefirió la hoguera a retractarse de sus pensamientos, simplemente volteó la cabeza y se preparó para soportar el suplicio apretando los dientes para no gemir, cerrando la garganta para no gritar, muriendo en paz para que sus asesinos no la tuviesen.

Aquel joven fraile que fue descubierto en su convento leyendo a Erasmo de Rotterdam en los retretes y luego excomulgado, tuvo que vagar por media Europa perseguido durante el resto de su existencia. A duras penas logró dar clases, publicar escritos y crearse nuevos enemigos. Su enorme inquietud intelectual le impedía conformarse con lo establecido; tenía el temperamento de los que defienden las ideas porque saben que la libertad y la verdad van de la mano, y no se puede acallar a una sin lastimar a la otra. Así, sus pensamientos chocaban sin parar con prejuicios, dogmas y doctrinas, pero lejos de evitar la confrontación, Bruno parecía ir en su busca. Si la pretensión de la Iglesia era confundir para dominar, suprimir las verdades incómodas y retacear el conocimiento a los fieles, él bregaba por el debate y la libre circulación de la información. Tomó la idea proscrita de Copernico de que la Tierra giraba en torno al Sol y no a la inversa, y la llevó al extremo de declarar que un universo infinito debía contener infinitos mundos, algunos de ellos quizás como el nuestro. Por supuesto, un Dios personal y preocupado por el destino de cada una de sus criaturas, le resultaba inaceptable. Leyó libros prohibidos y especuló con sus planteos; no sólo obras de científicos y filósofos, sino también místicos y alquimistas. Todo lo integraba en su sistema de conceptos y lo sometía a la razón. Puso en ridículo a católicos y protestantes por igual, pero con opiniones tan radicales es claro que no podía llegar muy lejos en aquella Europa que se desangraba en guerras religiosas y purgas de fe.

Cuando lo prendieron, en Venecia, se defendió a sí mismo en el juicio con habilidad. Pero la Inquisición de Roma lo solicitó y finalmente lo retuvo durante siete años antes de enviarlo al verdugo. Los cargos iban desde blasfemia y herejía hasta conducta inmoral. Nuevamente procuró defenderse por sus propios medios, pero se negó a aceptar la retractación completa que exigía el cardenal supervisor. Pidió en su lugar clemencia al propio Papa ofreciendo una retractación parcial, pero éste no se la concedió. Una generación más tarde, Galileo Galilei se retractó y consiguió salvarse de la hoguera. Pero Bruno ni siquiera intentó echarse atrás; ante todo, resistió sin desdecirse de los puntos fundamentales de su filosofía. Y sabía lo que le esperaba. Cuentan que cuando todo estaba perdido, apuntó con el dedo a sus jueces y dijo "Tiemblan más ustedes al pronunciar esta sentencia que yo al recibirla".

Cada 17 de Febrero, ateos y simpatizantes de todas partes se dan cita en Campo Dei Fiori ante la estatua que ocupa el lugar donde lo quemaron y que fue erigida allí a despecho de la oposición del Vaticano y sus esbirros. Dejan flores, discuten, meditan, acaso exhiben alguna remera o pancarta alusiva. Son los peregrinos del pensamiento libre que recuerdan a su mártir más querido. Es fácil de entender: cualquiera que reconoce la pesadilla que significa la religión para la búsqueda de la verdad, bien puede adoptar a Giordano Bruno como santo patrono.

 

Copyright © 2009 César Fuentes Rodríguez
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