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Vacuna Contra La Desidia

3 de Octubre de 2007 // EDWARD JENNER

Vacuna Contra La Desidia

A veces, en determinadas circunstancias, le pregunto a la gente si sabe quién fue Jenner. Edward Jenner. Casi nadie sabe la respuesta, por supuesto; pocos tienen presente el nombre del médico que descubrió la vacuna contra la viruela y libró a la Humanidad de la enfermedad patógena más mortal y persistente de su historia. // publicado por: César Fuentes Rodríguez

Tampoco es inmediata la memoria de Semmelweis, Fleming, Vesalius y otros tantos prohombres del pasado. Tal parece que muerta la rabia se acabó el perro, invirtiendo el dicho y guiñándole el ojo a don Louis Pasteur. Los males que atormentaron a la gente durante siglos, sepultaron comunidades enteras, marchitaron cuerpos, deformaron caras y mantuvieron el espíritu de la época bajo la amenaza de la epidemia, son dejados atrás en cuanto pasó el peligro y llegó el remedio, a veces en el transcurso de una sola generación. Al final, es lo que aquellos pioneros habían querido: liberar a los hombres de una pesadilla, despejar su frente de terrores y padecimientos, arrancar a la naturaleza el secreto del mal y borrarlo como si nunca hubiese existido.

Que yo sepa, nadie se levanta por las mañanas con una plegaria de agradecimiento a Jenner. Sin embargo, millones en el mundo comienzan su día agradeciéndole a Dios, a Alá, a Jehovah, a Krishna, a tantos otros, por la salud y la vida. Hay que reconocer que, en el primer caso, sería por demás arduo: Jenner no está solo y la Ciencia Médica constituye una empresa colectiva de siglos que arrastra cientos y miles de bienhechores que contribuyeron al presente estado de cosas donde una pastilla o una inyección bastan para restablecer o preservar la integridad del cuerpo. En el segundo, carecemos de registros fidedignos que certifiquen que todas esas entidades espirituales que se invocan en cualquier parte del mundo intervengan de alguna manera en cuestiones terapéuticas y mucho menos que atiendan reclamos de los interesados. En ambos casos, agradecer es inútil. Jenner y sus colegas seguramente llevan muertos algún tiempo y no necesitan las plegarias. Los dioses, por otra parte, no existen.

Lo que sí cunde, desde épocas inmemoriales y hoy en día a pesar de los antibióticos, es una enfermedad corriente con diversos grados de riesgo y daño, que se transmite por educación y contagio, y cuyos síntomas no siempre se toman como indicio de la presencia de un mal en el organismo. Los pacientes afectados por este trastorno tienden a desarrollar un delirio esquizofrénico que los lleva a creer que el espíritu es algo diferente del cuerpo y que encima puede subsistir divorciado de él. El virus recibe muchos nombres: fé, credulidad, religión, doctrina, piedad, misticismo... Normalmente se infiltra en el organismo cuando las defensas están bajas y la razón no funciona en las condiciones óptimas de tranquilidad y perspectiva. El miedo a la muerte, la desesperanza, el tedio, las desgracias personales y familiares, las situaciones límite, los vaivenes de la enfermedad y el círculo vicioso de las adicciones suelen resultar marco propicio para que el incauto quede a merced de las patrañas de los predicadores y el canto de sirena de los mercaderes de paraísos invisibles.

Allá por 1794, Jenner inoculó por primera vez a un chico con la vacuna salvadora. El médico inglés había notado que los granjeros que ordeñaban las vacas no solían contraer la viruela, aunque sí una reacción leve que les originaba pústulas pasajeras, de modo que probó tratar a sus pacientes con el material de esas pústulas. No sólo fue un éxito: se convirtió en una silenciosa revolución. La palabra “vacuna”, de hecho, nació de ese hito, ya que las vacas proveyeron la defensa definitiva contra la enfermedad. Pero el descubrimiento de Jenner no fue producto de la magia ni de la inspiración divina, tampoco su mérito fue exclusivo en tanto que se valió del método científico y los hallazgos previos de la Medicina. Aunque su contribución fue real, de eso no hay duda.

¿Por qué entonces la gente elige agradecerle a divinidades fatuas e improbables en lugar de a sus verdaderos benefactores? ¿O será que no piensa siquiera en ello, que no elige en absoluto, que se limita a aceptar las supersticiones como vienen y creer que su bienestar está ligado a misteriosos poderes espirituales en lugar de la lucha por reconocer su entorno y desentrañar las claves recónditas de la Naturaleza?

Una cosa es segura. Jenner y sus pares son siempre preferibles a Jesús, a Alá, a Jehovah y al resto de los mitos de la comparsa, con sus Infiernos en llamas y sus Cielos de cartón pintado. El sabio inglés tiene la delicadeza de no estar recordándonos su hazaña todo el tiempo para que veneremos su memoria. Su propia obra, y el bien que hizo constituye toda su recompensa y nuestro triunfo.

Y, cuando menos, nunca le deseó a nadie la viruela por negarse a tomar la vacuna.

 

Copyright © 2007 César Fuentes Rodríguez. El texto se puede utilizar libremente citando la fuente.
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