Allá por la primera mitad del siglo XIII hubo un rey como ningún otro. Hoy se lo recuerda con el epíteto de 'Maravilla del Mundo' que sus contemporáneos supieron dedicarle. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
Allá por la primera mitad del siglo XIII hubo un rey como ningún otro. Tres veces excomulgado por dos papas distintos, se rebeló contra el oscurantismo de la doctrina cristiana apadrinando las artes y el conocimiento desde su corte en Palermo, y hasta se atrevió a garantizar lo que nadie pudo: paz y unidad en Medio Oriente entre las tres religiones fanáticas del monoteísmo. De él se dijo en Roma que era la Bestia Negra y el Anticristo. Pero hoy se lo recuerda con el epíteto de Stupor Mundi, maravilla -o asombro- del mundo, que sus contemporáneos supieron dedicarle.
El emperador germano Federico II Hohenstaufen (1194-1250), también rey de Sicilia y Nápoles, hablaba al menos seis idiomas, entre ellos el árabe, y había estudiado el Corán así como numerosos tratados de sabios musulmanes, en tiempos en que la ignorancia era la tónica entre la nobleza y el odio hacia los infieles el denominador común en la Cristiandad. La civilización árabe se hallaba entonces más avanzada culturalmente, y al emperador no le importaba de dónde viniese la sabiduría, simplemente la quería para su corte. Matemáticos, astrónomos, naturalistas y filósofos arribaron a su reino respondiendo a la llamada del conocimiento y presenciaron en Nápoles la fundación de una nueva Universidad. Los poetas encontraron un marco adecuado para sus versos en romance y su influencia llegó a Dante y otros grandes vates italianos de la modernidad naciente.
Nombrado rey a los cuatro años, bajo la tutela del pontífice Inocencio III, llegaría a ser odiado por los papas como pocos por su voluntad de unificar el Imperio contra la voluntad de la Iglesia, y también por su escepticismo con respecto a las religiones en un tiempo en que tal cosa era impensable, hasta tal punto que siglos después, durante la Ilustración, se le atribuyó un escrito clandestino titulado "Tratado De Los Tres Impostores: Moisés, Jesucristo y Mahoma". En verdad se burlaba de sacerdotes y sacramentos, blasfemaba sin temor y se negaba a creer en doctrinas que no estuviesen basadas en la razón. El libro que de seguro escribió y se seguiría utilizando mucho después de su muerte fue sobre su gran pasión, la caza con halcones o cetrería, en el cual establecía que las aves de presa se guiaban por la vista y el oído (y no por el olfato, como se creía entonces) para detectar y atrapar a sus víctimas. Un personaje excéntrico y con muchos intereses, sin duda. "Un hombre del Renacimiento en plena Edad Media", como dijo alguien de él. Pero seguramente era mucho más.
Se comprometió a una Cruzada, la Sexta, para recuperar Jerusalén, incluso sin el favor del papa. Pero utilizó un recurso distinto: la diplomacia. En lugar de atacar locamente y desperdiciar vidas y bienes como los anteriores cruzados, decidió entablar largas negociaciones con el sultán de Egipto Malik Al-Kamil y finalmente lo convenció de que tenía méritos y pergaminos como para convertirse en rey de Jerusalén. Consiguió que le cedieran la Tierra Santa por diez años garantizando el acceso a las zonas de culto para musulmanes y judíos. Cuando el papa se enteró de semejante acuerdo, a pesar de que ponía Jerusalén de nuevo en manos cristianas, lo rechazó proclamando que sin sangre no hay conquista y ordenó a su representante que no llevase a cabo la coronación. Poco le importó a Federico; se coronó él mismo.
La guerra contra el papado resultó desgastante y sin esperanzas. Acaso no supo ganarse la lealtad de las ciudades alemanas e italianas que pretendía unificar dentro de su Imperio. Estas prefirieron resistírsele o virar hacia Roma. Con los reveses se volvió cruel y desconfiado; castigó a sus ayudantes creyendo que lo traicionaban y a la postre convirtió en enemigos a quienes debió seducir. Ni siquiera su final nos queda claro. Sus adeptos sostuvieron que fue envenenado (al igual que su heredero) por espías, mientras que los antagonistas sugieren que el propio hijo, Manfredo, lo sofocó en la cama. Lo cierto es que el proyecto de unificar Europa contra los intereses del papado, murió con él.
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