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Acero Quirúrgico

4 de Noviembre de 2018 // Judas Priest, Alice In Chains y Black Star Riders (Tecnópolis, Buenos Aires, 4/11/2018)

Acero Quirúrgico

En el marco del Solid Rock Festival de Buenos Aires, hard rock, grunge y heavy metal de la vieja escuela convocaron su multitud en Tecnópolis. // publicado por: César Fuentes Rodríguez

El título de este artículo tiene que ver con una cuestión ineludible: la magnífica performance de Rob Halford, sus falsetes que cortan como un escalpelo, la precisión de bisturí que manifiesta en cada intervención, allí donde los agudos sangran de pura excelencia.

No llegué a tiempo para ver a los locales Humo Del Cairo y Helker, pero sí presencié completo el show de Black Star Riders, un desprendimiento de la banda que bajo el nombre de Thin Lizzy gira desde hace tiempo manteniendo viva la leyenda de Phil Lynott y su glorioso combo de los 70s. Por ende, no sólo suenan un tanto demasiado a Thin Lizzy sino que además nos dieron la oportunidad de apreciar en Argentina a uno de los integrantes de la era dorada: el guitarrista Scott Gorham. Con tres álbumes de material propio a cuestas, se permitieron el lujo de interpretar "Jailbreak" y "The Boys Are Back In Town", que al cantante Ricky Warwick le salen como si fuese el propio Lynott. Muchos ni siquiera recordarán cuando Warwick vino al país en los 90s con su banda The Almighty como soporte de Megadeth, puesto que aquella se enrolaba en un estilo más alternativo y desprolijo. Sin embargo la sorpresa la proporcionó el guitarrista invitado para este tour, nada menos que Luke Morley, compositor principal de Thunder, que también había venido en los 90s pero como telonero de Iron Maiden. El resultado fue digno hard rock sin altibajos aunque también sin picos de emoción, con "Killer Instinct", el cierre de "Bound For Glory" y los covers para señalar como momentos destacados.

El estadio cubierto de Tecnópolis se iba llenando cuando Alice In Chains apareció en escena y cautivó de entrada los oídos merced al sonido macizo, nítido y contundente que parecía anunciar un show de órdago. No sé qué decir al respecto. Aunque doy fe de que una parte del público estaba entusiasmada y reaccionó positivamente sobre todo a los viejos temas, yo me aburrí de manera incalificable con una banda que a pesar de contar con recursos y repertorio conocido exhibió una chatura inmensa y una monotonía al borde del bostezo. Acaso más allá del fenómeno del grunge y de su época la propuesta pesada de los de Seattle carezca del mismo brillo que se les supuso entonces pero el caso es que, a mí por lo menos, la nostalgia no me hizo mella. Escénicamente fue el cantante William DuVall quien más trabajó por avivar la llama, con un adusto Jerry Cantrell aportando lo justo y los demás cumpliendo el trámite. Las características armonías vocales del grupo fueron debidamente desplegadas y, si me lo preguntan, no logro explicar tanta desazón. Un set de 18 temas que me resultó por demás extenso e insoportable de principio a fin, como un calvario imprevisto que ni el alivio del final con "Rooster" logró mitigar.

Por suerte, a continuación vino la cura para todos los males. La excelencia conseguida por Judas Priest en los últimos años no necesita introducción. Su último paso por la Argentina en el Monsters Of Rock los mostró como claros triunfadores ante un Ozzy repetitivo y un Motörhead con su líder ya enclenque de salud. Cabía ahora chequearlos luego del diagnóstico que alejó a Glenn Tipton de los shows en vivo y con el reciente "Firepower" bajo el brazo, acaso el álbum más poderoso del grupo desde "Painkiller". Los abigarrados telones y el ardor de las luces confirieron el marco ideal al trueno metálico del tema que da título al disco. Halford salió al proscenio con la batalla ganada pero sin ahorrarse méritos en el lance. Y pronto quedó claro que, más allá de pasearse con sus extravagantes sacones y arengar a la audiencia con gestos medidos pero eficaces, su garganta se lucía en toda regla. "Sinner" fue el colmo de la orgía de falsetes, aun en comparación con números más intensos como "Painkiller" y "Freewheel Burning". Pero no sólo la figura calva del cantante llamaba la atención. Ahora la preponderancia visual recae también sobre Richie Faulkner, de gran presencia escénica y siempre al frente de las tablas, como para compensar el retraído desenvolvimiento de Andy Sneap. Algo ha cambiado en Judas Priest. El emblemático tándem de guitarras de Tipton y K.K. Downing no tiene ya correspondencia en la actualidad, por supuesto. Se había mantenido al principio entre Tipton y Faulkner cuando punteaban en sincronía, pero ahora el esquema ha variado dramáticamente al de una primera y segunda guitarra con los solos en su mayoría a cargo del rubio violero salvo en contadas excepciones como la de "Electric Eye" en que Sneap interviene casi con timidez para lucir su aporte. Esto no quiere decir que el resultado no sea portentoso. Lo es. Ian Hill y Scott Travis ofician de barrera monolítica en el fondo. Y el repertorio siempre inagotable del Sacerdote de Judas no se resiente ni siquiera ante la ausencia de gemas mayores como "Screaming For Vengeance" o "The Sentinel". "Rising From Ruins" y "Lightning Strike" representaron fantásticas adiciones del nuevo álbum al setlist. Y para cuando "Breaking The Law" y "Living After Midnight" ya cerraban la velada, el aliento de gratitud de la audiencia se complementaba con la satisfacción de los músicos por la faena cumplida.

Judas Priest demostró una vez más estar a la altura de los antecedentes e incluso producir y consumar con largueza las expectativas más audaces. ¿Qué se puede agregar cuando ya ningún elogio alcanza?

 

Crónica: César Fuentes Rodríguez

Fotos: Fernando Serani

gentileza www.MetalEyeWitness.com

 

 

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