Mientras la gran novela del colombiano José María Vargas Vila espera una edición contemporánea, he aquí un prefacio en llamas // publicado por: César Fuentes Rodríguez
“El desprecio de la posteridad... es unánime”. Así reza un moderno artículo de cuya referencia no quiero acordarme para caracterizar el destino de la obra y la figura de “el escritor colombiano más popular a principios del siglo” (1), del apodado El Divino, de aquél a quien cortejó toda la intelectualidad y la bohemia de su tiempo y el propio Rubén Darío admiró. Sic transit gloria mundi.
“Dejo esta mi obra a la Posteridad; Ella me hará justicia” (2), clama vanamente el novelista y fustigador social en su diario, aunque está visto que su legado se resiste a ingresar del todo en ese cono de sombra que algunos le sospechan deparado de antemano. Cada tanto algún escriba con pretensiones se toma el trabajo de denostar a esta verdadera espina en el costado que continúa representando Vargas Vila, ya sea por su estatura histórica, que trasciende el anecdotario de su vida (y de su olvido), como por la integridad brutal de su mensaje o el cariz entre cerril y preciosista de su estética. Y este encono se ha avivado en épocas recientes a causa de las peripecias para la edición de su diario personal o “Tagebücher” y el peregrino interés que el gobierno de Fidel Castro invirtió en la apropiación de los derechos para editarlo.
Vargas Vila cultivó la poesía, el cuento, el ensayo, la historia, la novela, y le dedicó verdaderos ríos de tinta a su actividad periodística, siempre comprometida y volcánica. Arturo Escobar Uribe estima en 112 volúmenes, cuatro de ellos inéditos (además del ahora famoso Diario con su curioso destino a cuestas), la desmedida obra del colombiano, y lo señala entre los más fecundos de Latinoamérica. Podemos decir que fue víctima de ese precepto latino tan decimonónico que rezaba nulla dies sine linia, aquello de no pasar día sin haber escrito algo. Pero lo prolífico no quita lo valiente.Escobar Uribe, lo mismo que otros enrolados en la defensa, observa que no todo en ese corpus desmesurado resulta valioso o está exento de materia superflua y ripio pretensioso, pero también afirma “se miente, más que se lee a este escritor” (3). Se da el raro caso de un candidato que no sólo sufre la amenaza cierta del olvido sino que el prejuicio de su mala fama ha cundido entre aquellos que debieran abogar por rescatarlo, sus pares, los hombres de letras que en lugar de hacer causa común contra el enemigo implacable de siempre, que es el propio olvido, se limitan a patearlo despectivamente bajo la alfombra. Serían de desear menos conceptos apresurados y más ediciones críticas.
Lo que en vida no se le perdonó fue su anticlericalismo, su defensa acérrima del librepensamiento y su intransigencia extrema con la miseria de la clase política. Es decir, se lo detestaba por sus virtudes. De ahí a odiarlo también por su soberbia, su vanidad y extravagancia de estilo no había que esforzarse mucho. Pero sobre su cabeza las castas reaccionarias llegaron a acumular cuanta calumnia pudiera inventarse y atribuirse: desde el rumor de que era producto del contubernio de un cura párroco y una monja depravada hasta la imputación de que financiaba a los terroristas que ponían bombas a la realeza europea; no le ahorraron ningún baldón: impotente, homosexual, hermafrodita, satanista y dado al bestialismo. Nómbrese una perversión cualquiera, de seguro en algún momento se le endilgó al Divino.
Con respecto a la cuestión del estilo, Vargas Vila cultivó ciertas manías que sacaron de quicio a los académicos. Por ejemplo, su procedimiento de eliminar el punto en la prosa y sustituirlo por el punto y coma, tras el cual hace párrafo aparte y entonces le da apariencia al texto de una serie de versículos. El punto lo usa únicamente para cerrar el capítulo. Las mayúsculas son casi inexistentes, salvo en nombres propios y conceptos abstractos como la Libertad, el Dolor, la Gloria y otros que complementaban su tono grandilocuente y explosivo. Las comas solían entrecortar el sentido de la frase, como si le preocupase más su declamación que la fluidez necesaria para ser comprendida. Pero con todo el decadentismo a cuestas, las alusiones mitológicas, su gusto por el retruécano y la paradoja, el recargamiento artificioso y suntuario en el lenguaje y otros supuestos defectos o contraindicaciones del discurso, Vargas Vila se las arregló para resultar así de lapidario en su crítica y así de demoledor en su prédica.
Resulta por lo menos irónico que un jirón de la memoria del otrora ilustre novelista colombiano lo recupere el famoso denuesto de Borges en su “Historia de la Eternidad”, donde afirma que la injuria más espléndida que conoció puede atribuírsele precisamente a Vargas Vila, cuando éste se refiere al poeta peruano José Santos Chocano: “Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia”. Aunque, claro, el propósito de Borges no es ensalzar al Divino, porque aun antes de develar la frase emite su juicio pérfido sobre él: “injuria tanto más singular si consideramos que es el único roce del autor con la literatura” (4). El peligro de admitir sugerencias de Borges son los grises. Según mi experiencia, cuando el gran cuentista argentino recomienda un libro o un autor conviene aproximarse a él y considerarlo seriamente, por supuesto; pero cuando Borges dice aborrecer algo, hay que salir corriendo a buscarlo, porque es seguro que se trata de un personaje fascinante o de una obra maestra. Es lógico que Borges deteste a Vargas Vila, del mismo modo que detestaba a sus coterráneos Almafuerte y Leopoldo Lugones, porque ellos representan todo lo que él jamás podría ser, escritores emotivos, incendiarios, vitales, cuyas palabras detonan de lleno en la sensibilidad y erizan la piel de santa indignación y elevada justicia, románticos hasta el improperio y carnales hasta la brutalidad, pero siempre heroicos, nunca ratones de biblioteca o eunucos en su torre de marfil.
Nadie niega que el propio Vargas Vila fue un consumado cultor de la ofensa y el vituperio. Su peculiar ingenio lo hacía un enemigo prácticamente imbatible y, de haber tenido la oportunidad, hubiera puesto a Borges en aprietos con una respuesta demoledora, como solían ser las suyas. El Divino estaba al tanto de la toxicidad de su veneno, y emite en su descargo una rara disculpa, que a la vez apunta a su talante antisocial y su vocación solitaria: “la conversación, en general, me fatiga, y todas las frases amargas o crueles dichas por mí, y que me han creado una reputación de sarcasmo y de ironía, han sido dichas tal vez como una revancha contra la pena que se me impone obligándome a conversar” (5). Manuel Ugarte, por el contrario, lo delata como un hablador insoportable, siempre y cuando el tema fuera él mismo (6). Pero la verdad es que el sarcasmo y la ironía se hallan omnipresentes en su obra escrita. Vargas Vila es un maestro del aforismo, y en sus libros yace una cantera rebosante de frases célebres, verdadero jarabe de vino de citas que sacuden el pecho como flechas inexorables. Uno no puede menos que deplorar que a este gigante de las letras castellanas, que cuenta en su haber con máximas y sentencias geniales como para componer volúmenes enteros, le haya deparado el olvido semejante afrenta.
UN SOÑADOR EN LA SELVA OSCURA
José María Vargas Vila, hijo de un soldado y una madre a la que en su Diario le dedica recuerdos conmovedores, vino al mundo en las horas más inquietas de la revolución: “ese acontecimiento, insignificante para todos y tan fatal para mí, tuvo lugar en la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, capital de la entonces República de Nueva Granada, hoy Colombia, el 23 de julio de 1860 a las nueve de la mañana” (7). El adolescente Vargas Vila participó en las luchas políticas como periodista, agitador y orador, conoció el campo de batalla y, sucesivamente, el triunfo de los ideales republicanos, la derrota, e incluso la mezcla agridulce de ambos, puesto que su bando venció a las tropas del gobierno en 1885 en la batalla de La Humareda pero las pérdidas de la carnicería, incluído el general Daniel Hernández, fueron tan cuantiosas que no pudo tomar el poder, y Vargas Vila, secretario del cabecilla sublevado, tuvo que huir a los Llanos de Casanare en busca de hospitalidad y refugio. Por cierto que las biografías nunca revelan demasiado; en todo caso, bastante menos de lo que pretenden. Las fechas y los nombres se entremezclan hipnóticamente para anular la sensación de realidad de una época sangrienta cuyos actos heroicos y fechorías inhumanas hierven en el mismo crisol y forman parte de la misma ilusión histórica.
Pero de aquella contienda queda "Pinceladas sobre la Última Revolución de Colombia", un libro que para Carlos Vidales representa el nacimiento del Vargas Vila “demoledor, iconoclasta, panfletario” (8). Su caricatura despiadada de los líderes conservadores le valió que estos pusieran precio urgente a su cabeza. Tuvo que emigrar a Venezuela, donde comenzó a publicar sus primeras novelas bajo la forma de folletines por entregas.
De estas, “Aura o Las Violetas” y “Flor De Fango” alcanzaron celebridad inmediata, en especial la segunda por su urticante enfoque social y por la censura eclesiástica de la que fue objeto en toda Latinoamérica. Eran todavía obras embrionarias, ingenuas desde un punto de vista exclusivamente artístico. La propia visión de su oficio de escritor cambiaría con su novela clave, y así se preocupa por reconocerlo en el prólogo a la edición de 1918 sin mezclar siquiera las aguas de la ficción y la prédica libertaria: “mis libros verdaderos no principian sino en Ibis (1899-Roma); lo demás, es literatura y política de Selva, época prevargasviliana que llamé yo”. (9)
Fue en 1891 cuando se radicó en Nueva York, se volvió amigo cercano de José Martí, el héroe de la independencia cubana, y compartieron ideas opositoras al poder desestabilizador de los Estados Unidos y su salvaje influencia sobre Latinoamérica. Dos libros de Vargas Vila recogen mejor que otros su postura acerca de la política americana: “Los Providenciales”, un feroz alegato contra los caudillos y dictadores de los países sometidos, y “Ante Los Bárbaros”, ya de 1902, cuyo frontal subtítulo de “El Yanqui, He Ahí el Enemigo” no hace más que anticipar una pincelada del furor que se desata en sus páginas: “Washington, apuñala a Bolívar por la espalda; y roba sus tesoros; los yanquis se entregan al reparto y, al despojo de la América Latina […] pueblo sin corazón, él, no tiene sino vientre […] Atracar, más que atacar, los pueblos débiles; esa es la consigna de su cobardía”. (10) Un libro para hablar de los males internos, de los gusanos que roen el cuerpo doliente desde las entrañas, y otro para denunciar al depredador externo, al águila que picotea el hígado del titán encadenado. Águila y gusanos aliados en la rapiña del continente y cada vez más compenetrados, como a lo largo del siglo XX se comprobaría en el colmo del horror de genocidios y represiones, de miseria y terrorismo económico, ante los ojos de un mundo que asiste las más de las veces como testigo silencioso o cómplice de los atropellos la Gran Democracia del Norte.
Así le tributaba Martí su afecto en una carta de 1894: “Yo le amo a usted la palabra rebelde y americana, como hoja de acero con puño hecho a cincel, con que cruza las espaldas sumisas o los labios mentirosos: yo le amo la hermandad con que se liga usted, en este siglo de construcción y de pelea, con los que compadecen y sirven al hombre, contra los que lo encapotan y oprimen […] Al pintar los méritos que usted cree ver en mí, sólo pintó los suyos: no traduce bien sino quien es capaz de crear lo que traduce: no se suponen en los demás sino las virtudes que se llevan en sí. Déjeme que lo abrace, con la alta tristeza de los que se despiden antes de entrar en el combate y el placer profundo de hallar un alma soberana, piadosa, sincera, erguida, amiga. Mi honor más grande es haberle parecido útil y bueno”. (11)
Pero pronto los reveses del destino dejaron su sabor amargo en la boca de los idealistas, y el propio Vargas Vila tuvo que ceder al pesimismo de su naturaleza. En el propio “Ante Los Bárbaros” reflexiona: “el sacrificio de Martí, estéril fue, y, no tuvo, Héroe Soñador, otro triunfo, que la suprema derrota de verse convertido en piedra”. (12)
¿Cómo se explica, casi ochenta años después, un incidente tan peregrino como el que protagonizó el Gobierno Cubano al encarcelar y torturar al profesor Raúl Salazar Pazos para apropiarse del derecho de editar el Diario de Vargas Vila bajo sus propios términos? A grandes rasgos, la historia es como sigue: después de que los herederos de Vargas Vila le hubiesen cedido legalmente el Diario en 1965, Salazar Pazos contactó a un amigo de Gabriel García Márquez, el periodista Hernando Guerrero, quien comprometió el patrocinio del Premio Nobel colombiano ante Fidel Castro para el proyecto. Al poco tiempo (alrededor de 1981) se apersonaron representantes de la Casa de las Américas con el propósito de comprar el original; llegaron a ofrecer 50.000 pesos. En orden de creciente presión, siguieron las amenazas, el acoso policial y, por fin, la cárcel. Allí fue acusado de “ser un elemento negativo, un parásito que actúa contra la política cultural de la Revolución al negarse a entregar a las autoridades el manuscrito que posee de un escritor, amigo que fue del eximio apóstol José Martí”. (12) Salazar Pazos se negó a entregar el Diario, parte del cual había copiado pacientemente durante años y puesto a resguardo en el extranjero, por miedo (o certeza) de que fuera a ser usado como propaganda política para el régimen castrista. Pero la persuasión oficial terminó convenciéndolo y, una vez que se resignó a realizar la donación del original (“a punta de pistola”), recibió permiso para salir de Cuba en compañía de su madre. Lo triste del caso es que, hasta donde el profesor declara saber, los ocho volúmenes manuscritos que constituyen el original duermen aún en algún recoveco del Consejo de Estado cubano. Irónicamente, porque, salvo algunos fragmentos publicados en Colombia, no se ha vuelto a saber de él.
Una versión escueta del Diario llegó a ver la luz en Barcelona, la ciudad donde Vargas Vila murió amargado y casi ciego pero que amó con veneración, y donde García Márquez gustó las primeras mieles de su carrera literaria. El silencio del “Gabo” sobre este tema, dada su intimidad con la figura de Fidel Castro, no hizo desde entonces más que salpicar su reputación. El extracto del Diario publicado por la editorial Áltera constituye una de las escasísimas ediciones modernas dedicadas al rebelde colombiano.
PLATÓN Y LAS MUJERES
Alguna vez me enamoré perdidamente y se me estragó el corazón. Por aquel tiempo yo estaba en la Facultad. Ángel Castello, profesor de griego y amigo, apareció un día con un fajo de fotocopias de una novela y un autor que me eran completamente desconocidos y cuyo heterodoxo formato ya atestiguaba por demás su condición de inconseguible. Ahora bien, yo intuía con inexorable certeza que ningún libro del universo, escrito o por escribir, haría nada por aliviarme de la angustia pasional de la que era víctima en aquel momento pero, a pesar de ello, no podía dejar de leer porque había horas para llenar y para penar, y al fin y al cabo, la literatura era mi elemento. De todos los libros con los que me topé en aquel período lánguido y nefasto, sólo este “Ibis” de Vargas Vila logró conmoverme, o cuando menos arañar la caparazón impenetrable de la fijación amorosa. Quizás porque en cierto modo hablaba de lo que me afectaba, pero también porque ofrecía una explicación directa y pertinente de lo que me estaba pasando, fuera real o ficticia, fiel o parcial, lógica o descabellada. Tocaba el tema frontalmente, no lo eludía ni lo embellecía con eufemismos convencionales, iba directamente a por el tronco de la hidra. Quizás la solución al conflicto de la guerra de los sexos pudiese parecer simplista o aun primitiva, la carne como remedio contra el romanticismo “platónico”, sexo distinto de amor, antagonista del amor, cura amarga y saludable para el amor. Pero era una solución íntegra, cabal, exenta de ñoñerías y, por qué no, viril, en tanto que se brindaba sin doblez ni melindres de ninguna especie.
Y si hablamos de Platón, hay que conceder que todo vuelve de tanto en tanto a Platón, que ha ejercido con la mortal dicotomía de cuerpo y alma, mundo sensible y mundo inteligible, lo material y lo espiritual, una influencia tan deletérea en el mar de las ideas de Occidente. Esta separación artificial que pone en compartimientos estancos las necesidades del cuerpo y las del espíritu, seguramente vive en nosotros bajo la forma de una obsesión cultural que nos hace aplicar ese esquema a cuanto fenómeno humano abordamos. Tanto el prejuicio platónico como la cosmovisión judeocristiana que en gran parte emanó de él, delimitaron un ámbito elevado e inspirador para la actividad espiritual y otro rastrero y cercano a la pura animalidad para los negocios de la carne. El Bien y el Mal. En ese potro maniqueo, el Hombre occidental fue consecuentemente despedazado durante dos milenios. Siendo la Filosofía, la Religión y aun la estructura de la sociedad toda manejadas por el varón, no es extraño que se le haya asignado a la mujer, con toda arbitrariedad, una naturaleza pertinente al ámbito carnal, inferior, instintivo y, en ocasiones, abiertamente perverso.
No sólo eso. El Cristianismo se inventó una suerte de Mujer Ideal, distinta y de hecho opuesta a la mujer de carne y hueso, y por supuesto, privada de características y apetencias sexuales, una Virgen María que pasó de niña a madre sin mancharse con el inmundo formalismo del coito. Así, un mismo hombre podía soñar a la Mujer perfecta, celestial y pura, mientras despreciaba redondamente a la mujer terrena y concreta, e incluso al género femenino como tal. Tomemos el ejemplo del Dante, que mientras se deshacía en loas y suspiros devotos por su Beatriz en “La Divina Comedia” y los sonetos de la “Vita Nuova”, permanecía ayuntado con una tal Gemma Donati, su esposa legítima, a la cual cargaba de hijos sin dedicarle un mísero verso. Y es que, por más que su Beatricce se inspirase en una dama de verdad, hija del rico Folco Portinari y unida en matrimonio con un banquero, no era en el fondo más que un modelo literario, tan ficticia como la mismísima Dulcinea de Don Quijote.
De algún modo, Vargas Vila reacciona contra esta visión caballeresca del amor cortés, y la identifica como nociva e hipócrita. “Ibis” es la historia de un muchacho que pierde de vista las enseñanzas de su mentor y sucumbe al más funesto de los peligros de la edad: el enamoramiento. Único, obsesivo y sin remedio. Como buena novela de tesis, la carta del Maestro que inaugura el libro expone el germen de la idea que va a desarrollarse; y en este caso tiene el tono pontificador de unas Tablas de la Ley inexorables: “ama el Amor de los sentidos; huye del Amor del sentimiento”, “sé sensual; no seas sentimental”, “ama a las mujeres; no ames a la Mujer; no ames nunca a una mujer; ésa será tu perdición”...
En cierto modo, Vargas Vila, desde su perplejidad masculina, racionalista y sectaria, comparte la visión de aquel falso mito de Phillis y Aristóteles creado en el siglo XIII por el poeta normando Henri d'Andeli en “Le Lai d’Aristote”. Según éste, la bella Phyllis, querida de Alejandro Magno, respondió al desprecio del filósofo y mentor intelectual encendiéndolo de deseo, y sólo accedió a perdonarlo cuando Aristóteles se humilló permitiéndole montar sobre sus espaldas y la paseó a cuatro patas a la vista de la corte rindiéndose así, simbólicamente, al poder omnímodo de la sensualidad. El episodio se hizo tan popular que incluso abundaron las representaciones gráficas; una de las más famosas: el grabado de Hans Baldung Grien. Acerca de ese peligro, de que un hombre en la flor de su pensamiento y su voluntad se vea sojuzgado y manejado por el capricho de una bella, es que el Maestro (claramente una transposición del intelecto y la opinión del propio novelista colombiano) advierte concretamente al discípulo.
Desde luego, sus consideraciones pueden tildarse cómodamente de misóginas, lo cual no es extraño porque Vargas Vila sigue en ello a su amado Nietzsche y a Schopenhauer. Uno recomienda el látigo para tratar a las mujeres y el otro considera que es parte de la naturaleza femenina obedecer al varón. Ya mencionamos antes el desprecio histórico de la Filosofía por las mujeres (aun luego de que la Ilustración rompió el hechizo judeocristiano) aunque, para ser justos, hay que reconocer que los alemanes siempre fueron cortos de miras en este sentido si vamos a compararlos con los intelectuales ingleses, por ejemplo; baste mencionar la escuela de los utilitaristas, con William Godwin, Jeremy Bentham y John Stuart Mill a la cabeza, que desbarató el prejuicio cultural que rebajaba a la mujer y abrió el juego a la moderna igualdad de géneros.
Sin embargo, el colombiano se cuida mucho de no despreciar a la Mujer como mero ser carnal o sensiblero. Al contrario, la ve, en tanto que enemiga del hombre, como una potencia devastadora de la Naturaleza, como uno de esos fenómenos atmosféricos que, fuera de control, pueden devenir en cataclismo y destruir todo a su paso. Frente a la efigie solar del Maestro, toda luz, ciencia y razón, se yergue la figura lunar y voluptuosa de Adela, capaz de encandilar con su belleza, de retener con sus estratagemas y de aniquilar con su traición. Teodoro, el discípulo, deberá trazar su camino siguiendo fielmente las señales precisas que irradia uno, o internarse en las tinieblas engañosas como arenas movedizas que tiende ante él la otra. Como bien apunta un estupendo artículo, “el peligro de lo femenino no funciona como un cliché gastado de la mujer fatal, sino que por el contrario está vivo página tras página, asociado a los temas principales de la novela y recreado en un lenguaje voluptuoso y poético. La tensión entre el objeto estético y el objeto de muerte tiene un poder enorme de seducción para el lector que, después de cien años, sigue percibiendo en su juego semántico un inmenso potencial para interpretar sus propias dimensiones estéticas y eróticas” (13).
Existe una tendencia unánime a considerar a “Ibis” como una novela erótica, y quizás en alguna medida lo sea según los cánones del siglo XIX. Los enemigos de Vargas Vila la proscribieron como directamente pornográfica, pero tal cosa sería absurda desde la mirada fría y experimentada del presente. ¿Qué quedaría para un Henry Miller o un Georges Bataille, entonces? Ciertamente muchos de los simpatizantes del Divino declaran haber leído la novela de contrabando, como cosa prohibida, lo cual no es extraño dado el marco de represión obligada durante los intermitentes advenimientos de las dictaduras latinoamericanas, siempre ayuntadas con la Iglesia Católica y su violenta hipocresía moral. Muchos que conocen de oídas la leyenda negra de Vargas Vila y la fama sicalíptica de “Ibis”, tienden a asombrarse cuando encuentran una novela antirromántica, sí, pero no subida de tono, escrita con lenguaje que nunca pierde su distancia elegante, y traspasada de imágenes de sensualidad innegable aunque más por la firmeza de la expresión que por sus dotes descriptivas.
Sin embargo, cuando esos mismos lectores se enteran de que a causa de “Ibis” su autor fue excomulgado (y recibió la noticia con el correspondiente regocijo), de seguro no abrigarán duda alguna acerca del motivo. Menos habrá tenido que ver en ello el erotismo manifiesto, la supuesta apología del suicidio o incluso la constante degradación de los valores e instituciones cristianas. No, la piedra de escándalo tuvo que haber sido, por fuerza, la escena en que Teodoro desenmascara al obispo. Ante la amenaza de éste, el protagonista retruca destapando sus secretos de sacerdote lúbrico: la fornicación de su propia hermana, el hijo natural, el enclaustramiento de la infeliz, los abortos reiterados y el encubrimiento tenaz para proteger su posición. Demasiado para cualquier sociedad, pero una auténtica bomba atómica dentro de una América Latina que vivía entre las faldas de los curas y a merced de la pacatería oficial.
Pero aun como novela escabrosa no resulta una vía propicia para quienes buscan apenas una ráfaga de excitación furtiva. A la larga, el guiño erótico lo proporciona el personaje de Adela, con su desbocada sexualidad y su condición de cínica, infiel y perdida. Es la atracción involuntaria que produce en el varón la mujer fatal, la influencia despiadada de aquello que más teme: “el alma de una mujer es un abismo; y, el abismo, atrae”.
Y puesto que de mujeres fatales se trata…
VARGAS VILA Y SACHER-MASOCH
Poco tiempo atrás me encontraba analizando casualmente “La Venus de las Pieles”, esa curiosa novelita de tesis o clásico erótico de culto que dio al apellido de su autor, Leopold von Sacher-Masoch, trascendencia universal e involuntaria con la creación del término “masoquismo”, y los paralelismos con “Ibis” me resultaron demasiado notorios como para pasarlos por alto. Ciertamente es un error, y grave, atribuirle al término “masoquismo” el sentido de “placer en el dolor” o “placer a través del dolor” con que se la desvirtuó en épocas recientes. Porque “La Venus de las Pieles” no tiene que ver con el dolor; si aparecen fustas y latigazos, los motivos resultan muy secundarios.
Lo que el protagonista Gregorio o Severino busca no es padecer gratuitamente, sino humillarse y someterse a la dominadora Wanda. Su impulso (lo que él llama "suprasensualidad" o "ultrasensualidad") es tal que no sólo desea ser su esclavo sino que la induce progresivamente a tratarlo como tal. Se excita al verse a merced del capricho de la mujer dominante tanto como ante el fetiche de las pieles, que en él operan como disparador de la fantasía. Llega a firmar un contrato de esclavitud y a entregarse a vejaciones cada vez más extremas, hasta que en determinado punto las tornas cambian, Wanda se hastía de su juguete y conoce a un hombre ante el cual ella misma desea someterse. La aventura desemboca en la peor pesadilla para Severino, ser castigado y humillado por el nuevo amante de Wanda, con lo cual decide abandonar la servidumbre abruptamente y queda abierto así un dudoso alegato final que algunos han interpretado como feminista y otros como misógino: "La moraleja es que, tal como la naturaleza la ha creado y como el hombre en la actualidad la trata, la mujer es enemiga del hombre, pudiendo ser su esclava o su déspota, pero jamás su compañera. Sólo cuando el nacimiento haya igualado a la mujer con el hombre, mediante la educación y el trabajo; cuando, como él, pueda mantener sus derechos, podrá ser su compañera". Hay que admitir que, por ambigua o circunstancial que sea, no resulta la conclusión más ingeniosa, profunda o categórica que podía pedirse al planteo.
El lector queda a consecuencia en un estado de virtual desasosiego porque, al plantearse el conflicto de la guerra de los sexos desde una perspectiva atemporal como es la declaración alegórica de Venus (con todo su peso mitológico a cuestas) al comienzo del libro, acaso espera una resolución que apunte a la eternidad y no a una mera instancia cultural que podría superarse con el devenir de las épocas (como quizás esté ocurriendo ahora mismo, en momentos en que la mujer ya no permanece atada a esquemas y tabúes patriarcales en materia económica, profesional o sexual). Es decir, el ánimo se prepara para una contienda inherente a la naturaleza de la hembra y el varón, y el final nos confronta con la sugerencia de que algún tipo de instancia educativa o reflexión más o menos civilizada que aportase unos cuantos ajustes a la situación podría resolver estas “diferencias”, que acaso se revelan ahora más nimias de lo que parecían, o incluso triviales como el fondo de las comedias picarescas.
Desde esta perspectiva, las correspondencias con “Ibis” resultan del todo significativas. La obrita de Vargas Vila trata la misma materia, vale decir, la guerra de los sexos. A su manera, también constituye una novela de tesis, sobre todo en estructura; y de hecho esto se vuelve más evidente cuando uno compara el diálogo con la Diosa del Amor en el sueño inicial del narrador y, ya despierto éste, las reacciones del escarmentado Severino que confiesa sin ambages “Yo fui seriamente maltratado y me curé”, que conforman el planteo de “La Venus de las Pieles”, con esa otra introducción que representa en “Ibis” la carta del Maestro, llena de terribles y concisas admoniciones para su discípulo, también con el sentido de una profecía que habrá de cumplirse si no se siguen al pie de la letra.
En ambos casos, los experimentados advierten a los noveles contra la idealización de la Mujer. “La mujer que no hace del hombre su súbdito, su esclavo, ¿qué digo?, su juguete, y que no le traiciona riendo, es una loca” -afirma la Venus de Sacher-Masoch, y el Maestro de Vargas Vila parece darle toda la razón cuando apostrofa: “Por el Amor, la mujer es una reina; no seas su esclavo; el hombre que ama es un conquistador vencido por su conquista; goza a la mujer, no la ames nunca”. El propio Severino parece estar siguiendo consejos del Maestro (si cruzásemos personajes de ambas novelas) cuando, ya repuesto del mal de amores que lo llevó a la bancarrota de su dignidad, maltrata adrede a la rubita que suponemos su nueva amante: “Si la hubiese acariciado, me estrangularía; pero como la he educado con el látigo, me adora”.
Tanto en una novela como en la otra, es la intervención de otro hombre lo que desencadena la tragedia y deviene en espantosa lección para el protagonista (tanto Severino en un caso, como Teodoro en el otro están ligados a su mujer por un contrato, si bien el primero lo firma deseosamente para satisfacer sus propios gustos sumisos y el segundo chantajeado por la culpa y la lástima en que lo entrampa Adela para casarse). Las situaciones son necesariamente divergentes, ya que en la novela de Sacher-Masoch la relación entre Severino y Wanda resulta prácticamente inédita dentro de los cánones de la Historia de la Literatura, mientras que en “Ibis” se presenta el archiconocido esquema del triángulo amoroso con el marido engañado. La resolución del conflicto de celos en la composición de Vargas Vila, sin embargo, dista de ser corriente. Lo importante es que en ambas novelas el protagonista se inclina por la renuncia y el escarmiento.
“Ibis” ni siquiera escamotea el cariz sadomasoquista del Amor y se pone en línea directa con el sentimiento predominante en “La Venus de las Pieles” cuando afirma de Teodoro que “comprendió toda la miseria de su vida: amaba aún a aquella mujer, la amaba siempre, la amaba así impura, así torturadora, así infiel”.
No obstante es en la “moraleja” donde Vargas Vila encuentra conclusión más coherente o aguda que su par austrohúngaro (Sacher-Masoch nació en Galitzia, hoy Polonia, pero en 1836 parte del Imperio Austro-Húngaro), llevando la tesis hasta su última consecuencia. Y no es que en “La Venus de las Pieles” no se advierta acerca del mecanismo por el cual el hombre y la mujer libran la batalla decisiva, puesto que desde el principio se cita el emblemático verso de Goethe “Sólo se puede ser yunque o martillo” y abundan las prevenciones en boca de de la propia Wanda (“La mujer desea un hombre hacia el cual pueda levantar su mirada”), sólo que en “Ibis” las máximas alcanzan el valor de receta supuestamente infalible y no dejan lugar a dudas. En efecto, “el Amor es un duelo, el duelo de la especie; y en ese duelo formidable entre el macho y la hembra, el vencido es implacablemente devorado”... Rudimentario, brutal, sin ambigüedades superfluas. Expresándolo de este modo valiente y categórico, Vargas Vila no ofrece concesiones a la sutileza y desprecia la polisemia tan aclamada por los posmodernos de hoy día en favor de la claridad de ideas. “Ibis” representa un soplo de aire fresco para quien se sienta hastiado de tanta indeterminación y considere que el Arte puede invocar algo más que meros intríngulis semánticos.
El tema de la infidelidad femenina, francamente explosivo en tiempos de los autores, recibe de parte de estos consideraciones audaces. Volvamos una vez más a Schopenhauer: “La fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la Naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre” (14). Puede que esta fuese la idea corriente dentro del status quo de la sociedad finisecular, y resulta obvio que Sacher-Masoch haya roto los moldes con un enfoque que muchos aún hoy juzgan extravagante, mientras que Vargas Vila habrá hecho saltar a los conservadores de sus sillas con el párrafo siguiente: “La infidelidad es en la mujer la revancha de su esclavitud: la venganza contra su dueño; en la mujer que ama, la infidelidad es un derecho; en la mujer que no ama, la infidelidad es un deber”. Demasiado; y típico del Divino, que en materia de desafíos no se guardaba nada.
Hasta en la misoginia se hermanaron el colombiano y el austrohúngaro. Tras un vistazo superficial podría aventurarse que Sacher-Masoch cultivaba una visión más relajada del género femenino, no sólo tolerante sino incluso teñida de cierta reverencia. Pero acaso su concepción tenía mucho más de platónica que la vargasviliana, tanto así que en otra de sus obras llega a considerar una suerte de homosexualidad espiritual capaz de dejar por completo atónito al lector de “La Venus de las Pieles”. En efecto, en “El Amor de Platón”, llega a oponer de tal modo lo sensible (o sensual) a lo espiritual, que, en lo que a la mujer se refiere, el protagonista declara anhelar “no poseerla nunca para no perderla nunca”. Para él, la posesión carnal se transforma en la pérdida automática del amor. El único contacto se produce cuando ella se disfraza de hombre para sus encuentros nocturnos (!), porque de esa manera puede darse el comercio desinteresado de las almas, “la verdadera amistad viril”, sin que nada corporal interfiera. Tal es el delirio de este personaje, que incluso “neutraliza” a su madre cuando le escribe: “No eres sólo una mujer, tienes el espíritu, el corazón y el carácter recto de un hombre” (15). Como Santo Tomás de Aquino, el personaje de Sacher-Masoch considera a la mujer meramente como un hombre defectuoso.
Por cierto que en Vargas Vila tales mixtificaciones no tienen cabida y, de hecho, el triángulo significativo que conforman Teodoro, El Maestro y Adela jamás las sufre. El conflicto, sin embargo, no es muy distinto del que bosqueja Sacher-Masoch, sólo que el colombiano ni siquiera habría soñado con recurrir a la androginia platónica como instrumento para la reconciliación de los contrarios. El ideal eterno, sensual, espiritual o lo que fuere, sólo puede ser la Mujer, el Ibis que se yergue en el horizonte como un signo de interrogación, de misterio cabal entre Eros y Thanatos, entre el sexo y la muerte: “Amar a una mujer es amar el sueño que el corazón ha hecho de ella”.
LA BIBLIA DEL SUICIDIO
El prologuista Alberto Giordano cita el comentario del propio autor luego de que los vahos de la euforia se hubiesen agriado ya convenientemente y la polémica lo invadiese todo: "Ibis, aquel libro de Fatalidad, por el cuál, es público, que se han suicidado diez y siete personas, siendo por eso apellidado la Biblia del Suicidio, que ha disuelto tantos matrimonios, roto tantos idilios, ajado tantos gérmenes de poemas; me ha ocasionado tan rara y dolorosa correspondencia, de anatemas de las víctimas, y, gritos de Victoria de los vencedores, que si yo publicara algún día ese Epistolario se vería el más extraño caso de sugestión literaria que un libro puede ejercer sobre almas angustiadas y dolorosas". (16)
También se lo llamó “El nuevo Werther”, recordando la ola de sacrificios por propia mano que la obra de Goethe había despertado en el siglo anterior. Sólo que el bardo alemán probablemente nunca llegó a escribir algo como “el suicidio, es siempre una virtud”.
Tendremos que recurrir por enésima vez a Schopenhauer, que por otra parte tanto influyó en el espíritu de Vargas Vila directa o indirectamente. Cierto que el filósofo proponía una huida del mundo como solución intelectual para superar el dolor y el tedio, pero de algún modo no lo aprobaba, puesto que el suicida no renuncia a la vida en sí misma, sino a la que le ha tocado vivir en condiciones desfavorables u odiosas, y por ende no reniega de la voluntad de vivir sino de las circunstancias concretas. Vargas Vila, por el contrario, se expide con respecto a quién es el verdadero cobarde. La retórica del cristianismo llegó a imponer la opinión de que el suicida es apenas un sujeto incapaz de enfrentarse con el reto de la vida y que por lo tanto desiste para no sufrir más. Según esto, el mundo estaría poblado de hombres valerosos que viven sin desmayo por no entregarse a la salida fácil de tanto sufrimiento. El Divino, a contracorriente de ese pensamiento, enumera los temores contra los que el que decide matarse debe luchar. Ante todo, el instinto de conservación; se requiere valor para apuntar la daga o la pistola contra uno mismo y desafiar el edicto de la Naturaleza. Luego, el prejuicio de la sociedad; no sólo el poderoso qué dirán (“¡cerdos que en las delicias de la piara, no comprendéis al águila que huye a perderse en la bruma silenciosa, quedad en vuestro fango tumultuoso esperando el cuchillo destructor!”) sino el cortar los lazos con la conciencia de los seres queridos y las consecuencias para los que quedan detrás. Y finalmente, el desafío religioso; doble, si se quiere. Por un lado, enfrentar el riesgo de que haya un Dios que juzgará y condenará. Por el otro, que no haya nada; oscuridad insensible y absoluta. En ambos casos, el suicida es un rebelde que compromete la dignidad de su decisión en una apuesta que no puede ganar: “decirle a esa potencia ciega, inexorablemente muda: tú has creado el dolor, yo escapo de él; tú has creado la muerte como un castigo: yo voy a ella: tú no puedes herirme”.
Sin embargo, no pocos le señalaron que, para ser un promotor de la filosofía del suicidio su prédica resultó bastante inconsistente con sus actos. En efecto, El Divino vivió hasta avanzada edad, soportó los achaques de la vejez, y murió enfermo y ya eclipsado por el olvido en Barcelona. Aquél que había sentenciado con mano firme lo de que "cuando la vida es una infamia, el suicidio es un deber", se torturaba y dolía en los últimos años redactando afectadas confesiones del tipo “Siento vergüenza de escribir mis clamores contra la Vida, cuando continúo en la cobardía inexcusable de vivir…” (17)
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Al considerar la necesidad de una moderna publicación de esta novela, tantas veces faltante en las mesas de las librerías y los catálogos editoriales, sólo se me ocurre una cosa más por decir sin la presunción de justificar nada…
Más allá del personaje mismo y del vacío cultural de desconocerlo, de los avatares políticos, de la polémica estética o la obsesión iconoclasta, de la pretendida apología del suicidio y de la proscripción eclesiástica, aunque sólo sea para los amantes de la tensión erótica y la literatura como campo de batalla de las ideas, "Ibis" es un libro que merece leerse.
Y en ello reside toda su entereza.
NOTAS
(1) GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ “Noticia de un Secuestro” (Mondadori/RBA Coleccionables, Barcelona, 1999)
(2) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932). Y La Increíble Historia de unas Memorias Codiciadas”. Edición a cargo de Raúl Salazar Pazos (Ediciones Áltera, Barcelona, 2000) pag. 27. A despecho del título comercial, lo cierto es que Vargas Vila denominó a su diario “Tagebücher” y explicó el motivo en el epígrafe inicial (“Friedrich Hebbel dio a su Tagebücher el nombre español de Diario. ¿Por qué no habría yo de dar a mi Diario el nombre alemán de Tagebücher?”).
(3) ARTURO ESCOBAR URIBE “Vargas Vila y Su Obra Literaria”, capítulo en “El Ensayo en Antioquía”, selección de Jaime Jaramillo Escobar (Alcaldía de Medellín, Medellín, 2003).
(4) JORGE LUIS BORGES “Historia de la Eternidad” (Libros Tauro), pag. 53
(5) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932)...”, pag. 77
(6) MANUEL UGARTE “Escritores Iberoamericanos de 1900”, (Vértice, México D.F., 1947)
(7) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932)...”, pag. 66
(8) CARLOS VIDALES “Vargas Vila, panfletario y libertario”, artículo en http://vidales.tripod.com/VVILA.HTM, Estocolmo, 1997.
(9) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932)...”, pag.56
(10) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Ante Los Bárbaros”, Edición electrónica Centenario, 2002, pags. 6-7
(11) Carta de José Martí a Vargas Vila, 14 de marzo, 1894
(12) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932)...”, pag. 17
(13) BETTY OSORIO “Una "educación sentimental" a comienzos del siglo XX”, artículo tomado de Revista Credencial Historia, Bogotá. Mayo 2000. No. 125.
(14) ARTHUR SCHOPENHAUER “El Amor, Las Mujeres y La Muerte” (Gradifco, Buenos Aires, 2007), pag. 31. La influencia misógina de Schopenhauer también se hace sentir en Sacher-Masoch; sobre el final de “La Venus De Las Pieles”, el personaje de Severino repudia a las mujeres llamándolas “monas sagradas de Benarés”, con la expresión acuñada por el filósofo alemán.
(15) Citas de la novela “El Amor de Platón” en JACQUES LE BRUN “El Amor Puro de Platón a Lacan” (El Cuenco De Plata, Buenos Aires, 2004)
(16) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Obras Completas de Vargas Vila. Tomo I”. Biblioteca Nueva, Buenos Aires (ed. electrónica, 2006), pag. 4
(17) JOSÉ MARÍA VARGAS VILA “Diario (de 1899 a 1932)...”, pag. 80